Fray Tomás de Berlanga
Religioso español nacido probablemente en la ciudad de Berlanga, Badajoz, por el año 1480.
Muy joven ingresó a la orden dominica donde se destacó por su inteligencia clara y despierta, por lo que pronto fue nombrado Prior de un convento en Andalucía, cargo que ejerció por poco tiempo, ya que fue nombrado Obispo de Panamá, y obtuvo además, del emperador Carlos V, la designación de Comisionado Regio de las tierras del Perú.
Ya en América, el 23 de febrero de 1535 se embarcó desde Panamá con destino al sur para realizar actividades relacionadas con sus funciones. El viaje fue tranquilo durante los primeros días, pero luego se desató una terrible tormenta que sacó a la nave de su rumbo manteniéndola durante varios días casi a la deriva y a merced de la tempestad, los vientos y las corrientes marinas, por lo que los escasos víveres y reservas de agua se terminaron rápidamente.
Después de casi diecisiete días de zozobra y penuria, la tempestad se disipó y pudo observar, a lo lejos, la silueta de una costa desconocida. Hacia ella arrumbaron, para desembarcar -en una “tierra rara”-, el histórico 10 de marzo de 1535.
Luego de desembarcar en una de sus islas, durante varios días, junto a sus compañeros de infortunio, recorrió esas tierras en busca de agua y alimentos, pero los expedicionarios tuvieron que contentarse con chupar algunos tallos y ver, a lo lejos, escurridizos y extraños animales, por lo que llamaron a esas tierras: “Las Islas Encantadas”.
Fue así como la casualidad y la mano de Dios llevaron al obispo fray Tomás de Berlanga a descubrir las maravillosas islas Galápagos.
“El 26 de abril de 1535 durante su escala en Portoviejo, Berlanga redactó un informe sobre el episodio de semanas atrás, gracias a que tuvo la precaución de tomar apuntes, hacer cálculos y concluir que había llegado a un sitio fuera de lo común”
(El Universo.- Calendario Histórico / Marzo 10 del 2005).
Posteriormente prosiguió su viaje y llegó al Perú donde tuvo que enfrentar serios contratiempos con Pizarro y sus oficiales, a quienes exigió un mejor trato para los indígenas, pero Pizarro se mostró adusto con él, y tuvo que abandonar el Perú sin lograr sus propósitos. Antes de su partida Pizarro le ofreció cuantiosos presentes de oro y plata que él rechazó con firmeza, aceptando solamente una limosna de 1.000 pesos para distribuirla entre los hospitales de Panamá y Nicaragua.
En 1537 renunció al obispado y volvió a España donde fundó, en 1543, un convento dominico.
Más tarde se radicó en su villa natal, donde murió el 7 de julio de 1551.
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