Combate de La Elvira
A principios de 1845, como una reacción en contra del Gral. Juan José Flores -que ocupaba la Presidencia de la República por tercera ocasión-, y en rechazo a la Constitución de 1843, llamada por el pueblo Carta de Esclavitud, se inició uno de los movimientos revolucionarios más importantes y trascendentes de nuestra vida republicana.
En efecto, el 6 de marzo de 1845 estalló en Guayaquil “una formidable insurrección popular. El Cabildo y las masas desconocieron al gobierno de Flores; se organizaron aceleradamente fuerzas armadas, y se emprendió en una de las luchas más sangrientas que registra la historia convulsionada de esa época; pues que se trataba de combatir con huestes aguerridas de la independencia, de las que triunfaron, precisamente, en Pasto, en Pichincha y en el Perú” (O. E. Reyes.- Breve Historia General del Ecuador, tomo II, p. 84).
Se constituyó entonces un gobierno provisorio que estuvo integrado por José Joaquín Olmedo, Vicente Ramón Roca y Diego Noboa, patriotas y próceres de la independencia, quienes organizaron y dirigieron la Revolución Marcista con determinación y coraje.
Ante esta situación, el Gral. Flores envió al bravo Gral. Otamendi para que sofoque el movimiento revolucionario, pero éste se encontró con que los guayaquileños habían preparado una bien organizada fuerza de combate bajo el mando del Gral. Antonio Elizalde, por lo que prefirió retirarse y fortificarse en la hacienda La Elvira, propiedad del Gral. Flores, cerca de Babahoyo.
La Elvira era una vieja pero espaciosa casa de hacienda, situada a pocos metros del río, integrada además por varias construcciones aledañas entre las que se destacaban un enorme almacén y un apretado anexo de casas de esclavos con extensos cañadulzales a los costados. Con estos elementos, Otamendi organizó la defensa del gobierno legalmente constituido.
Una vez que hubo situado a sus hombres en lugares estratégicos -unos en la amplia galería de balcones con vista al río y otros en el mirador-, levantó parapetos y cavó trincheras donde dispuso otras fuerzas de tiradores debidamente pertrechados. Así, La Elvira quedó convertida en un verdadero fortín de guerra con capacidad de resistir el más graneado fuego de los enemigos.
Desgraciadamente, a pesar de los nobles principios que la inspiraban, la revolución no tuvo eco en las poblaciones y ciudades de la sierra que permanecieron indiferentes al sacrificio de los guayaquileños. No así Manabí, que el 17 de marzo plegó a favor de ella.
Elizalde sitió por el río y por tierra la hacienda de Flores, pero bien atrincherados, los gobiernistas rechazaron todos los ataques causando gran cantidad de bajas a las huestes del Gobierno Provisorio, razón por la cual Elizalde ordenó tocar retirada con el fin de reorganizar a sus tropas y solicitar refuerzos a Guayaquil.
El 10 de mayo Flores ya estaba en La Elvira afinando estrategias con Otamendi. Los combates arreciaron, pero todos los ataques de las fuerzas revolucionarias fueron rechazados.
Ya para entonces el Gral. Illingworth se había sumado con sus hombres a los revolucionarios, enviando además varias comisiones para lograr la adhesión de los pueblos del interior, que finalmente –comprendiendo el sacrificio de Guayaquil- se identificaron con la revolución. Primero se sublevó Alausí, y luego Loja, Cuenca, Cayambe, Tabacundo, Machachi... Se cortaron las comunicaciones de Flores con Quito... Por todas partes estallaron motines.
El 16 de mayo, Urbina –ascendido ya a General- salió de Portoviejo al mando de la II División del Ejército compuesta por 1.200 hombres escogidos, haciendo su entrada triunfal en Guayaquil el 27 del mismo mes. Su presencia en Guayaquil decidió el destino militar de la guerra civil.
“Reducido el Gral. Flores a sus posiciones de Babahoyo, incomunicado con el resto de la República y abrumado por la opinión pública, se convenció de que era inútil pretender sostenerse por más tiempo y se resolvió a capitular. El 18 de junio se firmaron los Convenios de La Virginia; y por efecto de ellos el ex presidente abandonó el Ecuador, el 23 de junio de 1845, a tiempo que en Guayaquil se celebraba ruidosamente el triunfo completo de la revolución popular iniciada tan denodadamente el 6 de marzo” (Camilo Destruge.- Urbina: El Presidente, p. 50).
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