Mons. César Antonio Mosquera Corral
Religioso nacido en Riobamba el 22 de abril de 1896, hijo de don Ricardo Mosquera Orozco y de la Sra. Amelia Corral y Corral.
Todos sus estudios los realizó en su ciudad natal, primero en el Jardín de Infantes de las Hermanas de la Caridad, luego en el Colegio Salesiano de Santo Tomás Apóstol, más tarde en el acreditado Colegio Maldonado y por último, en 1906 ingresó al San Felipe Neri, de los jesuitas, donde en 1913 obtuvo el título de Bachiller.
Un año más tarde se presentó ante el Obispo de Riobamba, Dr. Ulpiano Pérez Quiñónez, a quien solicitó las facilidades para poder entrar a la vida religiosa, y poco tiempo después viajó a la ciudad de Quito para ingresar al Seminario Mayor de San José, de los padres lazaristas, donde estudió Filosofía y Teología. Finalmente, el 1 de enero de 1921 se ordenó de sacerdote en la catedral de Riobamba.
Inició entonces una abnegada vida religiosa dedicada a servir a Dios y a la Patria. En Guaranda, capital de la provincia de Bolívar, fue Coadjutor de la Vicaría y capellán del hospital y del colegio de las Madres Marianitas, en 1922; tres años más tarde pasó a la provincia de Chimborazo para ser párroco de la población de San Luis, y desde 1927 de Cicalpa. En 1933, el nuevo Obispo de Riobamba, Mons. Alberto María Ordóñez Crespo lo designó Vicario General de la diócesis y al poco tiempo Canónigo de esa catedral.
El 18 de septiembre de 1936 fue preconizado VIII Obispo de Ibarra, y en enero del año siguiente, luego de recibir la consagración de manos del arzobispo Carlos María de la Torre, viajó de inmediato a tomar posesión de su sede.
También puedes leerRvdo. Jacinto Morán de ButrónEl 1 de agosto de 1954 fue designado Administrador Apostólico de Guayaquil, y al poco tiempo fue elegido IX Obispo de la misma diócesis. Dos años más tarde, el 11 de octubre de 1956, Su Santidad el Papa Pío XII lo designó I Arzobispo de Guayaquil.
Poco tiempo después de haberse posesionado de su nueva dignidad, el pueblo guayaquileño pudo apreciar las grandes virtudes que lo adornaban. Generoso y amable -casi paternal- asistía con su mansedumbre a todos quienes buscaban su auxilio espiritual, su palabra de consuelo y una luz de esperanza. Eran siempre los más pobres quienes lo buscaban, y fueron ellos los que siempre lo encontraron. Conocedor de su abnegada labor, el gobierno del Dr. Carlos Julio Arosemena Monroy lo condecoró con la «Orden Nacional al Mérito».
A partir de 1967 su salud empezó a sufrir serios quebrantos, pero no por eso descuidó su labor pastoral, por el contrario, se dedicó a ella con más ahínco y entusiasmo, pues a pesar de que ya había pensado en retirarse quería dejar concluidas todas las obras en las que se había empeñado. Finalmente, en enero de 1969 presentó su renuncia ante Su Santidad el Papa Pablo VI, y con gran pena de los guayaquileños abandonó la ciudad con destino a su ciudad natal.
Su ausencia dejó un lamentable vacío en Guayaquil, ciudad a la que amó profundamente, y al poco tiempo, por solicitud de la ciudadanía, volvió a radicarse en ella habitando una pequeña pero cómoda villita que la generosidad de los guayaquileños puso a su disposición.
En enero de 1971 celebró sus Bodas de Oro Sacerdotales, pero su salud estaba cada día más deteriorada; ya no podía celebrar la diaria misa que acostumbraba dar en su parroquia de Miraflores, ni realizaba sus ejercitantes paseos matinales. En abril viajó a Cuenca en busca de un mejor clima y para visitar a su amigo Mons. Serrano, pero éste falleció a los pocos días causándole una pena tan grande que su delicada salud no pudo sobreponerse, y siguiendo los pasos de su amigo, también murió, dos días después, el 26 de abril de 1971.
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