Anexión de Guayaquil a Colombia
La primera llegada de Bolívar a Guayaquil se produjo el 11 de julio de 1822. La tradicional cortesía y generosidad guayaquileña hizo que sea recibido con grandes muestras de júbilo: no se recibía al “Libertador”, puesto que Guayaquil se había independizado dos años antes y sin su ayuda; se recibía simplemente a un gran hombre de América.
Durante casi una hora y acompañado por Olmedo, Roca y Jimena -miembros de la Junta de Gobierno-, cabildantes y personas notables de la ciudad, Bolívar caminó en medio de la algarabía de la multitud entre los aplausos y el tremolar de las banderas de Colombia y Guayaquil.
Guayaquil sabía que ella representaba la esencia de la libertad y, generosa como era, sabía también que, así como su participación había sido determinante para dar la libertad a Quito y consolidar la independencia de Colombia, de ella dependía también -en gran parte- la libertad del Perú; por eso, queriendo compartir su independencia y su condición de república soberana, Guayaquil aclamó a Bolívar con expresivos gritos de “Viva Colombia… viva el Libertador” o “Viva Bolívar… Viva el Perú”.
Muchos han querido ver en el entusiasmo guayaquileño un oculto deseo de ser anexados a Colombia o al Perú, e indudablemente así pudo ser; pero el deseo de mantenerse independiente lo constató el propio Bolívar, cuando desde veredas y balcones -por encima de los vivas a Colombia y Perú- la gran mayoría de guayaquileños lo saludó expresándole con voz emocionada “Viva Guayaquil Independiente”; confirmándole así su deseo de no ser anexados a ningún país extranjero.
Por otro lado, ¿por qué querría Guayaquil anexarse a Colombia, con la que debido a las distancias desde épocas coloniales no la unía ningún vínculo? o, ¿por qué querría anexarse al Perú, que aún permanecía bajo el dominio español?
Y no podía ser de otra manera. “El pueblo de Guayaquil había declarado su independencia sin la intervención de otros pueblos. Libre por sí mismo, por nadie libertado, tenía perfecto derecho para darse un gobierno propio o por escoger la nacionalidad que más le conviniese. Recibió auxilio y armas del Perú y soldados de Colombia para sostener su independencia, pero a cambio, agotó sus recursos pecuniarios y dio su contingente de tropas para libertar las provincias de Quito en cuatro campañas sucesivas. Los colombianos no figuran solos en la batalla del Pichincha que terminó la guerra. Atenidos a ellos solos no habrían podido librar esa memorable batalla, a la cual concurrieron dos batallones peruanos, un escuadrón argentino y un batallón de guayaquileños”
(Dr. Aguirre Abad.- Bosquejo Histórico de la República del Ecuador, p. 198).
Ante la complejidad de esta situación y envuelto en su megalomanía -frustrada ante un pueblo que logró ser libre sin su participación y que por el contrario, le había abierto sus puertas para que pueda continuar sus campañas-, Bolívar se negó a aceptar la existencia de un estado soberano que pudiera ensombrecer su grandeza, y respaldado por una fuerza de 1.300 bayonetas que lo acompañaba, inventó un estado de caos republicano para justificar una resolución violenta que se produjo el 13 de julio cuando -de manera prepotente y abusiva- asumió el mando civil y militar de la provincia, se proclamó Jefe Supremo y a través de su secretario envió a la Junta de Gobierno un oficio en el que decía: “S. E. el Libertador de Colombia, para salvar al pueblo de Guayaquil de la espantosa anarquía en que se halla, y evitar las funestas consecuencias de aquella, acogió, oyendo el clamor general, bajo la protección de Colombia al pueblo de Guayaquil; encargándose S. E. del mando político y militar de esta ciudad y su provincia…”
(Camilo Destruge.- Historia de la Revolución de Octubre y Campaña Libertadora).
Esta comunicación, que ni siquiera llevaba la firma del Libertador, fue recibida con indignación por los miembros del cabildo guayaquileño, quienes comprendieron que ante tal atropello no podían ofrecer ningún tipo de oposición.
Así, de manera artera, Bolívar ocupó y tomó por la fuerza la ciudad capital de la Provincia Libre de Guayaquil, poniendo fin a un año y nueve meses en que había permanecido independiente y soberana, con un gobierno propio representado por una Junta que había sido elegida democráticamente por voluntad del pueblo, con un territorio definido que -con sus 53.000 km2– integraba en un solo Estado todos los territorios de las actuales provincias de Manabí, Bolívar, Los Ríos, Guayas y El Oro; el sur de Esmeraldas, y las estribaciones de la cordillera occidental.
Con una Constitución conjugada en el Reglamento Provisorio de Gobierno, con un periódico, el Patriota de Guayaquil, que circulaba regularmente informando y orientando a la ciudadanía a través de una libertad de prensa sin tapujos ni intereses; con un ejército, la División Protectora de Quito, que con patriotismo había regado con su sangre todos los campos de batalla para libertar a toda la audiencia; con una marina, representada por la goleta Alcance y sus fuerzas sutiles; con una bandera -la gloriosa celeste y blanco- que había flameado en todos los campos de batalla durante las luchas por la independencia; y una condición de Estado Soberano reconocida por Colombia y Perú y, sobre todo, por el representante de la corona española, Melchor Aymerich, Presidente de la Audiencia de Quito, quien en su oportunidad había escrito a Olmedo, dirigiéndose a él como Presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil.
“Papel mojado fue para Bolívar el Acta de Independencia de Guayaquil, no le importó la libre determinación de la provincia, nada dijo el derecho de gobierno de los pueblos al lector de Montesquieu y de Rousseau, no franqueó sino que rompió las puertas de la ciudad: ¡”Alea jacta est”, hemos hecho la historia!
(J. I. Cazorla.- Olmedo y su Tiempo, p. 73).
La prepotente y abusiva actitud de Bolívar puso fin a la natural alegría de la ciudad, y acalló los gritos que expresaban su voluntad independentista. El glorioso pabellón celeste y blanco fue arriado y sustituido por el tricolor de Colombia que fue izado en el muelle, se disolvió la Junta de Gobierno de Guayaquil y sus miembros, atropellados por el dictador, tuvieron que abandonar el país.
Consumado el abuso, Bolívar se preparó para recibir al Gral. San Martín, con quien se había citado en la ciudad que acababa de someter.
Ante estos hechos, los guayaquileños, indignados, escribieron en los muros y paredes de la ciudad: “Aquí tremoló la intriga… Un tricolor sostenido por la fuerza, con mengua de los derechos del pueblo guayaquileño”.
Cuando en la mañana del 26 de julio llegó a Guayaquil el Gral. San Martín, con intenciones de anexarla al Perú, en el mismo muelle fue recibido por Bolívar quien estrechó su mano diciéndole: “Bienvenido a Colombia…” Pocos días después, el 31 de julio de 1822, la asamblea provincial o colegio electoral -presionado por Bolívar- ratificó lo hecho y declaró que desde ese momento Guayaquil quedaba para siempre restituida a Colombia.