Asesinato de García Moreno
A mediados de 1875, como resultado de las tiránicas actuaciones del presidente García Moreno, quien basándose en “su” constitución de 1869, llamada también Carta Negra, hacía y deshacía del país conforme a su absoluta voluntad o capricho, un grupo de intelectuales y militares que habían sufrido persecución por parte del mandatario empezaron a reunirse para buscar la forma de poner fin a esa terrible situación.
García Moreno había fusilado, ultrajado, asesinado y desterrado a la mayoría de sus opositores. Nadie podía oponerse a su voluntad absoluta sin sufrir las terribles consecuencias de su ira vengadora. “Era el dueño… El amo del país”.
En efecto: “No faltaba nada ya a García Moreno para someter a los ecuatorianos a la tiranía. La Carta Negra se lo daba todo: Facultades para declarar el estado de sitio, con la nominal y benévola venia de un Consejo de Estado sometido -el Consejo de Estado se componía del Presidente de la República que lo presidía, de los Ministros de Estado y, para disimular, de un Ministro de la Corte Suprema, uno del Tribunal de Cuentas, un eclesiástico y un propietario, ¡todos ellos nombrados por el presidente!-; facultades para hacer nombrar a los magistrados de la Corte Suprema por medio de ternas enviadas al Congreso; facultades para nombrar también, a propuesta de la Corte Suprema -que era escogida por él- a los demás magistrados de las otras cortes de justicia; y, por fin, facultades para, a propuestas de estas cortes, nombrar él a todos los jueces letrados de hacienda y a los agentes fiscales” (A. Pareja Diezcanseco.- Ecuador: Historia de la República, tomo II, p. 33).
Por otro lado, los instigadores y fulminantes escritos de Juan Montalvo, como aquel que decía: “Desgraciado el pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde los estudiantes no hacen temblar al mundo” fueron despertando en la juventud ecuatoriana un sentimiento de odio y revanchismo en contra del ilustre mandatario.
Finalmente la situación hizo crisis en un brillante y soleado día, cuando luego de concluir el mensaje que debía leer al instalarse el nuevo Congreso Nacional, el presidente García Moreno salió con su esposa de su casa, situada en el barrio de Santo Domingo, y acompañado de su edecán el Crnel. Manuel Pallares y dos secretarios de su confianza, se trasladó a la casa de su suegra, donde en grata tertulia familiar permaneció durante más de una hora.
Luego de despedirse de sus familiares salió nuevamente a la calle para dirigirse al Palacio de Gobierno. Al pasar por la catedral entró a orar según su diaria costumbre, pues era hombre de gran fe y profundos sentimientos religiosos.
Acechando su paso, en la plaza y en el atrio de la catedral se encontraban -un poco dispersos para no llamar la atención- la mayoría de los confabulados. Por un lado, Roberto Andrade, Manuel Cornejo, Abelardo Moncayo y Manuel Polanco; y más allá, tratando de permanecer semiocultos, algunos militares que habían sufrido la ira del mandatario; Bermeo, Molina, Guerra y Gonzáles; y por supuesto, en algún lugar, Faustino Lemus Rayo.
Al poco rato García Moreno salió de la catedral y se dirigió al Palacio de Gobierno sin percatarse de que era seguido muy de cerca por Andrade, Moncayo y Cornejo; mientras de frente, hacia él, avanzaba Rayo, quien al cruzarse lo saludó cínicamente.
El presidente no sospechaba lo que estaba ocurriendo, hasta que de pronto escuchó a su espalda la voz de Rayo que le gritó: “…tirano”. El mandatario giró para enfrentar a su enemigo cuando recibió el primer machetazo en la frente; inmediatamente Andrade y Moncayo inmovilizaron con sus armas al edecán Pallares, mientras el verdugo continuaba descargando sobre su cuerpo y cabeza el machete asesino.
“Al fin llegó tu día bandido… Tirano de la libertad… Muere… Muere jesuita con casaca…” gritaban los asesinos, mientras el presidente, con el rostro ensangrentado, retrocedía tratando de ganar una de las entradas laterales del Palacio, al tiempo que balbuceaba entrecortadamente: “Dios no muere”. Entonces Andrade soltó al edecán y se adelantó a García Moreno esperándolo con su revólver junto a la puerta; “Libertad…” grita, mientras dispara su arma hiriéndolo en la frente.
“Trastabillando, ciego por la sangre que llena su rostro, alcanza, en busca de una columna en donde apoyarse, el filo de la galería. Rayo lo empuja violentamente y él cae de cabeza y rueda por los escalones y la angosta acera hasta el empedrado de la calle. Los criminales que le contemplan desde la columna, exclaman: “Viva la Patria…! Hemos Matado al Tirano” (Gálvez.- Vida de don Gabriel García Moreno).
Agonizante, García Moreno fue rodeado por algunas personas compasivas que trataron de ayudarlo, pero sus victimarios, sedientos de sangre y venganza, las apartaron violentamente para que Rayo continúe descargando los mortales machetazos.
Mientras los asesinos huían y Rayo era victimado por el soldado Manuel López, el Presidente fue llevado a uno de los altares de la catedral donde había orado y comulgado ese día, pues el Santísimo estaba expuesto y era primer viernes del mes.
García Moreno sobrevivió a sus heridas durante más de una hora y cuarto, hasta que finalmente entregó su alma a Dios a la 1:30 de la tarde de ese sangriento 6 de agosto de 1875.
“Bajo el imperio de los Códigos Penal y de Enjuiciamientos en Materia Criminal, promulgados el 3 de noviembre de 1871, por el presidente Dr. Gabriel García Moreno, sancionando, el primero, el asesinato con pena de muerte y el segundo estableciendo juzgamientos por doble Jurados Populares; de acusación y de resolución, a la 1 y 45 de la tarde del 6 de agosto de 1875, el juez 2do. de letras de Quito, inició proceso penal para establecer las responsabilidades por el magnicidio en la persona del expresado primer mandatario, ocurrido 15 minutos antes en las gradas de acceso al palacio presidencial, en la capital de la República. En el sumario que se prolongó ocho años se sindicó, entre otros, a Roberto Andrade, Abelardo Moncayo y Manuel Cornejo Astorga” (Dr. M. Blum Manzo.- El Universo, nov. 12 de 1989).