Cap. Francisco de Orellana
Conquistador español nacido en Trujillo de Extremadura por el año 1511, hijo de Diego García de Orellana y de Isabel de Chávez. Pertenecía a una hidalga familia cuya casa solariega -llamada El Alcazarejo- lucía en su piedra armera un escudo de plata con diez róeles de azur repartido en tres palos.
Al igual que muchos habitantes de dicha región, en 1529 se enroló en una expedición organizada por su pariente Francisco Pizarro, e inmediatamente se embarcó para participar en la conquista de América. Durante unos años permaneció en Centro América hasta que por 1534 se embarcó con Pedro de Alvarado para participar en la conquista de la región de Quito. Ese mismo año –a orillas de la laguna de Colta, en las cercanías del pueblo indígena de Riobamba (Riobamba), asistió, el 15 y el 28 de agosto, a las fundaciones de Santiago y San Francisco de Quito (Guayaquil y Quito, respectivamente.
En 1535 asistió a la fundación de Portoviejo, y más tarde perdió un ojo mientras luchaba contra los indígenas para pacificar la región. Al concluir la conquista se radicó en Portoviejo para vivir cómodamente. Entonces, “convertido en personaje acomodado e influyente de la localidad, se hizo propietario, puso casa y abrió sus puertas a los viajeros y necesitados con la más generosa y cordial hospitalidad”
(José Antonio Campos.- Historia Documentada de la Provincia del Guayas, tomo 1, p. 63).
Conocido es que su hogar sirvió de albergue a los viajeros que pasaban por la región, y que repartió a manos llenas pan, medicinas y otros socorros a los necesitados.
Descansaba placenteramente en esas cálidas tierras -disfrutando de las riquezas adquiridas en dichas campañas- cuando tuvo noticias de que Francisco Pizarro debía enfrentar un levantamiento indígena organizado por Manco Inca en el Perú. Ante esta situación, dispuso de su propia fortuna para equipar una fuerza con la que acudió a ayudar a su amigo.
Posteriormente, el 26 de abril de 1538 asistió junto a los Pizarro a la Batalla de Salinas, que fue tan desgraciada y funesta para don Diego de Almagro, y más tarde, Pizarro le encargó llevar a cabo un nuevo asentamiento de la ciudad de Santiago, que ya había sido destruida en dos ocasiones por los bravos y rebeldes Huancavilcas. En efecto, el 4 de mayo de ese año recibió del propio Pizarro el nombramiento de “Teniente Gobernador de Puerto Viejo y Capitán General Pacificador de las tierras de Guayaquil, con autorización para mejorar la fundación…”.
Inmediatamente, para cumplir dicha misión armó un pequeño ejército con el que marchó hacia las riberas de los ríos Daule y Babahoyo.
Así, Orellana regresó a “La Culata”. Tendría veintisiete años, le gustaba mandar desde el caballo y tenía un parche que disimulaba la cuenca vacía de un ojo que había perdido durante un enfrentamiento con indígenas de la región de Portoviejo.
Llegó acompañado de un gran número de españoles, y luego de librar feroces combates con las indómitas tribus de la región, logró llegar con ellos a un acuerdo y pudo, a mediados de 1538, levantar la nueva ciudad en Lominchao, en la falda sur de la colina del Cerrillo Verde o Cerro de la Culata -que con el tiempo se llamaría finalmente Santa Ana-, por lo que se le agregó, a su nombre de Santiago, la adición explicativa “de la Culata”.
El nuevo asentamiento de Guayaquil estuvo revestido de toda la solemnidad que el caso ameritaba: “Orellana debió presentarse en la mañana en lo que después fue la Plaza Mayor del pueblo, luciendo sus mejores galas soldadescas. Llevaría celada borgoñeta con la visera levantada y, derribada sobre el hombro, una capa carmesí. Detrás de él seguirían los soldados, todos a pie y precedidos por el Alférez con su bandera y un fraile con el crucifijo. Los soldados caminarían empuñando sus espadas, el único que carecería de ella sería el escribano, el cual traería pluma, papel y tintero”
(Miguel Aspiazu Carbo.- Las Fundaciones de Guayaquil).
Tres años más tarde y en su afán de iniciar nuevas aventuras, Gonzalo Pizarro lo llamó desde Quito para invitarlo a intervenir en una expedición hacia el oriente, para ir en busca del País de la Canela, y por supuesto de muchas riquezas. Inmediatamente, sin poder contener su espíritu aventurero, preparó una expedición integrada por veintitrés hombres y el 4 de febrero de 1541 salió de Guayaquil con destino a Quito, desde donde continuó viaje hacia el oriente para alcanzar a Pizarro que ya se había adelantado, y con quien se encontró poco tiempo después en las cercanías del volcán Sumaco.
Integrados en una sola expedición, los dos aventureros se adentraron hacia el oriente siguiendo las orillas del río Napo hasta la confluencia con el Coca, donde luego de varios meses de hambre y sufrimiento decidieron separarse, correspondiéndole a él la misión de continuar río abajo en busca de alimentos, mientras Pizarro se quedaría esperando su regreso.
Ordenó entonces a sus hombres armar una rústica embarcación a la que bautizaron con el nombre de San Pedro, y el 26 de diciembre de ese mismo año, junto a cincuenta y cinco españoles, dos portugueses, cuatro indios quiteños y dos negros, emprendió su desplazamiento por las aguas del Napo.
Después de navegar durante varios días sin encontrar ninguna población y ningún tipo de alimento, decidió regresar donde Pizarro, “pero sus compañeros se opusieron terminantemente, le amenazaron desobediencia y motín, obligando al Capitán de la nave a resignarse a su destino y continuar la odisea, odisea que hará honor a la historia, a su raza, y primordialmente al pueblo donde se originó y organizó tan inmensa empresa, aunque otros, necia e inescrupulosamente la pretenden desconocer. Su pueblo es Quito, capital de los Shyris”
(Galo Román S.- Ecuador: Nación Soberana, p. 71).
En su largo viaje los expedicionarios sufrieron hambre, enfermedades y penalidades, y constantemente fueron atacados y hostilizados por las tribus indígenas de la región, algunas de las cuales estaban integradas totalmente por bellas mujeres. Pero el sacrificio tuvo su premio cuando el 12 de febrero de 1542 se cumplió una de las más notables empresas de la conquista española: El Descubrimiento del Río Amazonas.
El viaje por el Amazonas fue largo y lleno de penalidades, y desde que se separó de Pizarro en el Coca, hasta desembocar en el océano Atlántico, había navegado 240 días.
Pobre y sin recursos económicos, porque no había saqueado ni hurtado los objetos de oro que había en las diferentes poblaciones que tocó a lo largo de su recorrido por el Amazonas, Orellana llegó a la isla de Santo Domingo, desde donde a principios de 1543 volvió a España.
Cuando hubo llegado a España se dirigió de inmediato a Valladolid donde estaba la Corte y el Consejo de Indias, y allí, gracias a las gestiones realizadas por el príncipe Felipe II, heredero del trono, el 13 de febrero de 1544 fue nombrado Gobernador y Capitán Adelantado de todos los territorios descubiertos en el “Valle de la Canela”, a los que desde ese instante llamaron como territorios de la “Nueva Andalucía”.
Al año siguiente, con los títulos de Adelantado, Gobernador y Capitán General, preparó una nueva expedición y volvió para explorar los territorios que había descubierto en el Amazonas.
A mediados de 1546 tomó posesión de dichas tierras, pero al poco tiempo su campamento fue atacado por los indios de dicha región, y fue herido junto a diecisiete de sus hombres que como él también fueron acribillados a flechazos. “Fue esta la última congoja de su corazón y se tendió a morir triste y glorioso en los brazos de su capitana, de su mujer y valiente esposa, Ana de Ayala. Nadie dirá, nadie podrá decir nunca, dónde murió, en qué lugar preciso dejó su existencia el gran descubridor: sus barcos volvieron capitaneados por su esposa, que lloraba la viudez y la soledad”
(Galo Román.- Ecuador: Nación Soberana, p. 81).