Carlos Rosero
Artista manabita nacido Chone el 12 de agosto de 1952.
De temprana edad se trasladó a vivir en la ciudad de Quito donde realizó sus estudios en el tradicional Colegio Nacional Montúfar, y donde empezó a dar sus primeros pasos por los caminos del arte, asistiendo al “Club de Arte” que dirigía el ilustre maestro y pintor Carlos Rodríguez, bajo cuya dirección obtuvo, en 1972, su primer “Primer Premio”. Posteriormente ingresó a la Facultad de Arquitectura, donde tuvo como profesor a otro de los grandes de la pintura ecuatoriana: el maestro Osvaldo Viteri. Ese fue su definitivo y determinante encuentro con la pintura y, dos años más tarde ya presentó su primera muestra en la “Galería Altamira”.
Rosero no pudo, como otros, viajar al viejo continente para recibir la savia vivificante de los maestros europeos y las corrientes innovadoras que revolucionaban el arte, preferentemente en Francia e Italia; pero, en cambio, desarrolló su arte en los talleres quiteños, especialmente en el “Grabas”, donde junto a Nelson Román y Jorge Artieda -entre trazos y tertulias- fue purificando su estilo.
Sus primeros años fueron un inquietante deambular entre lo abstracto y lo figurativo. “Desde el punto de vista puramente estético, lo abstracto lo llenaba y, sintiéndose a gusto en una manera donde libremente podía crecer en dominio de formas y color, lograba cosas buenas. Pero vivía en la universidad y, en contacto con ese mundo tan politizado y tan impaciente por transformar la sociedad, el abstracto le resultaba inevitablemente pobre. Pobre en posibilidades de comunicación. Para comunicar mensajes, para incitar necesitaba la figuración. Pasa entonces a las antípodas del abstracto: Hacer carteles revolucionarios. Fuertes, duros, directos”
(Hernán Rodríguez Castelo.- Revista Diners No. 57, Feb. 1987).
Posteriormente y en su intención de expresar con su pintura la forma como veía y sentía el mundo, al influjo de artistas como Washington Iza, Nelson Román, José Unda y Ramiro Jácome se inclinó hacia una expresión crítica basada en las corrientes del feísmo.
Para 1977 su obra logra imponerse de manera definitiva cuando asiste y logra el Tercer Premio en el 1er. Salón del Banco Central. Al año siguiente vuelve al 2do. Salón del Banco con una obra de “cotidianidad” que nuevamente causó la mejor impresión entre el jurado y la crítica especializada.
A partir de 1978 su obra fu presentada en diferentes exposiciones colectivas de diferentes ciudades del Ecuador, y llegó inclusive a mostrarse con éxito en París, Caracas, Lima, San Juan de Puerto Rico y México.
Como los años no pasan en vano, y en el caso de los pintores, al igual que con el vino, estos se añejan y mejoran, la obra de Rosero fue cada día superándose a si misma, y en 1984 obtuvo el Primer Gran Premio en la 1ra. Bienal Nacional de Dibujo, en Guayaquil; en 1985 el Primer Premio en el “Mariano Aguilera” de Quito; en 1986 el Primer Premio en el Salón de Julio, de Guayaquil, luego diez grandes premio de la Primera Bienal de Pintura Iberoamericana de Miami, en los Estados Unidos, y en 1990 una Mención en el Salón Nacional de Grabados de la Casa de la Cultura de Quito.