Dr. Julio Tobar Donoso
Notable jurisconsulto, polígrafo y diplomático nacido en Quito el 25 de enero de 1894, hijo del Sr. Julio Tobar Yépez y de la Sra. Mercedes Donoso Freile.
Realizó sus primeros estudios en las Escuelas Cristianas y en el pensionado elemental Pedro Pablo Borja, y la secundaria en el Colegio San Gabriel de los Jesuitas donde se graduó de Bachiller; finalmente ingresó a la Universidad Central de Quito, donde el 14 de marzo de 1917 obtuvo el título de Doctor en Jurisprudencia.
Al año siguiente fue nombrado miembro de la Sociedad de Estudios Históricos Americanos, que fue elevada luego a Academia Nacional de Historia; Ingresó a la Congregación de Caballeros de la Inmaculada y publicó su importante obra «Génesis y Antecedentes de las Ideas Sociales Cristianas». En 1919 inició, entre otras actividades, la publicación de una serie de artículos histórico-biográficos sobre los primeros gobiernos de la República, que aparecieron en El Comercio de Quito.
Posteriormente continuó desarrollando, durante varios años, sus importantes trabajos literarios, y el 12 de mayo de 1929 fue llamado al seno de la Academia Ecuatoriana de la Lengua en reemplazo del director e insigne latinista don Quintiliano Sánchez, que había muerto en 1925.
Entre 1930 y 1937 se convirtió en el principal defensor de los intereses de la Iglesia, publicando importantes y documentados artículos en los periódicos «El Comercio» y «La Sociedad», y en las revistas «Acción Popular» y «El Obrero». Al año siguiente, el Dr. Manuel María Borrero -Encargado de la Presidencia de la República- lo nombró Ministro de Relaciones Exteriores: Se inició entonces uno de los períodos más brillantes de la historia diplomática ecuatoriana, y como caso único en la evolución administrativa del país, continuó desempeñando dicho ministerio durante los gobiernos de los doctores Aurelio Mosquera Narváez, Andrés F. Córdova y Carlos A. Arroyo del Río.
Al producirse la traicionera, cobarde e infame invasión peruana de 1941, publicó su notable «Exposición del Ministro de Relaciones Exteriores a los Cancilleres de América», y al año siguiente le tocó la dolorosa y sacrificada misión de presidir la delegación ecuatoriana que asistió a la Conferencia de Cancilleres de América que se reunió en la ciudad de Río de Janeiro, Brasil, donde urgido por las gravísimas circunstancias que atravesaba el país como consecuencia de la felonía peruana, y en razón de que dos provincias del sur y una del oriente estaban ocupadas militarmente por el invasor, que a base de su poder bélico amenazaba con llegar inclusive hasta Guayaquil si el Ecuador no aceptaba sus infames pretensiones, tuvo que suscribir, el 29 de enero de 1942, El Protocolo de Río de Janeiro, por medio del cual el Ecuador, «en nombre de la Paz» y con la aprobación de los países «amigos» o «garantes», tuvo que ceder al Perú extensos territorios del sur y la región oriental.
«Suscribió el Protocolo de Río de Janeiro sin la autorización del Presidente de la República doctor Carlos Alberto Arroyo del Río. Un documento de esta naturaleza requería forzosamente la autorización del Presidente de la República, porque quien dirige la política internacional de un país es el Presidente mismo, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores… El doctor Tobar Donoso, presionado por las circunstancias, firmó y así lo ha manifestado él»
(Dr. C. J. Arosemena Monroy.- El Universo, En. 26/92).
Luego de haber firmado el doloroso tratado, que lo condenaba -y él estaba consciente de ello- a sufrir el embate de todos sus enemigos y de los que lo eran del gobierno, regresó al Ecuador para enfrentarse valerosamente con ellos. Tiempo después declararía: «Jamás en la historia de un país, un grupo de hombres ha tenido misión más acerba. Los diecisiete días de Río fueron un Vía Crucis trágico y espeluznante».
Más tarde y como consecuencia de la Revolución del 28 de Mayo de 1944 que puso fin al gobierno constitucional del Dr. Arroyo del Río, fue arrestado y detenido durante cuatro días y posteriormente sufrió toda clase de humillaciones e insultos por parte de cobardes politiqueros y oportunistas, que lo acusaron de haber demostrado debilidad al haber firmado el Protocolo de Río de Janeiro, sin comprender ni reconocer que la única debilidad estuvo en la República y en su ejército derrotado, tal como lo reconoció valientemente una de las figuras militares más importantes de la época, el coronel don Carlos A. Guerrero, Ministro de Defensa Nacional, quien en su oportunidad había declarado: «El Ecuador no tiene ejército para la defensa de su soberanía. En aviación, cero. En marina, dos cañoneros sin municiones: el Presidente Alfaro y el Calderón. La defensa de la costa, nula… Si estuviéramos en condición de hacer la guerra con probabilidades de llegar a la victoria, es claro que no sería otra la actitud del Ecuador. Pero en las circunstancias actuales, estoy seguro que no habrá un militar, ningún soldado que fuese partidario de la lucha armada…»
A raíz de esta triste página de la historia ecuatoriana, publicó, en 1945, su documentada y reveladora obra «La Invasión Peruana y el Protocolo de Río», y dos años más tarde volvió a tratar el problema territorial de nuestro país en su «Estudio sobre los Límites Ecuatorianos-Peruanos».
En 1951 fue elegido Presidente del Instituto de Cultura Hispánica de Quito, y en 1953 publicó una de sus obras más hermosas: «La Iglesia, Modeladora de la Nacionalidad», por la que en 1956 el Concejo de Quito le otorgó el «Premio Tobar». Posteriormente, en 1965 fue elegido Director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Publicó una extensa y rica obra literaria, la mayoría de carácter histórico, en la que se destacan títulos como «García Moreno y la Instrucción Pública» (1923), «Relaciones entre la Iglesia y el Estado Ecuatoriano» (1924), «La Instrucción Pública en el Ecuador, 1830 a 1930» (1930), «La Iglesia Ecuatoriana en el Siglo XIX» (1934), «El Ilustrísimo Padre Fray José María Yerovi» (1958) y muchas más.
Fue afiliado al Partido Conservador desde 1915; cooperó con el humanista Rvdo. Aurelio Espinosa Pólit en la fundación de la Universidad Católica del Ecuador y, movido por su gran admiración por el Dr. Gabriel García Moreno, apoyó decididamente al arzobispo Carlos María de la Torre en su afán de canonizar al ilustre ex-mandatario.
Dedicó toda su vida al servicio de Dios y de la Patria, y murió en la ciudad de Quito el 10 de marzo de 1981.
En el 2004, con la publicación de la obra “Carlos Arroyo del Río: Mártir o Traidor” el historiador Efrén Avilés Pino inició la reivindicación de los doctores Carlos Alberto Arroyo del Río y Julio Tobar Donoso.