Dr. Luis Cordero
Ilustre poeta y político nacido en la hacienda de Surampalti, parroquia Déleg, provincia de Cañar, el 6 de abril de 1833, hijo de don Gregorio Cordero y Carrión y de la Sra. Josefa Crespo y Rodríguez.
«Hizo sus estudios primarios rudimentarios bajo la dirección inmediata de su padre, que fue el único y mejor maestro que pudo tener, hasta la época propicia para emprender en el aprendizaje de las materias de enseñanza secundaria, para lo cual ingresó al colegio de seminaristas en Cuenca»
(Camilo Destruge.- Album Biográfico Ecuatoriano, tomo II, p. 91).
Luego de concluir con lucimiento sus estudios y obtener el título de Bachiller en Filosofía y Letras, viajó a Quito para ingresar a la Universidad Central donde en 1862 obtuvo el título de Doctor en Jurisprudencia. Volvió entonces a Cuenca donde en 1864 fundó el periódico «El Popular» y al año siguiente «La Situación», con el propósito de respaldar la candidatura presidencial del Sr. Jerónimo Carrión.
Desde muy temprana edad se interesó vivamente por las letras y la cultura, y fue precisamente en el campo de la literatura donde obtuvo sus mayores triunfos. «En efecto, desde muy joven gustó estudiar, hasta adquirir conocimientos profundos de la lengua castellana. Y fue poeta. Y fue gramático. Castizo intelectual. El, que alcanzó las mejores cumbres de la fama en estos campos, gustó con predilección de educar a la juventud para el Arte y las Letras.
Bien se lo ha llamado por ello, Mecenas de la Juventud Azuaya. Creó liceos y academias. Fomentó la edición de revistas y periódicos de tipo cultural. Y demostrando su temple incansable cuando del progreso y la cultura se trataba, estableció el primer diario de la ciudad de Cuenca. Esta publicación llevó el nombre de Crónica Diaria»
(Lucio Salazar Tamariz.- Una Comarca y sus Destellos, p. 109).
En 1866, durante el gobierno del Sr. Carrión fue Secretario de la Gobernación del Azuay y Presidente del Municipio de Cuenca, y al año siguiente asistió como Diputado por su provincia al Congreso de la República, donde gracias a su talento y dotes de orador convincente, con razonados argumentos logró el establecimiento de una corporación universitaria en Cuenca. Votó también en dicho Congreso por la nulidad de la elección del Dr. Javier Espinoza como Presidente de la República, por lo que sus relaciones con el Dr. Gabriel García Moreno comenzaron a enfriarse.
Combatió duramente a la segunda dictadura del Gral. Ignacio de Veintemilla, y luego de que el 9 de julio de 1883 este fue derrocado definitivamente en Guayaquil, fue llamado por una Junta Popular para formar parte de un «Pentavirato» o gobierno provisional, que estuvo integrado además por los generales José María Sarasti y Agustín Guerrero, el Dr. José María Plácido Caamaño y el Sr. Pedro Carbo. Este Pentavirato no pudo reafirmarse, por lo que finalmente quedó integrado por los señores Pablo Herrera, Rafael Pérez Pareja y Pedro Lizarzaburu, el Gral. Agustín Guerrero y el mismo Dr. Luis Cordero.
Dos años más tarde fue elegido Senador por la recién creada provincia de Cañar y Presidente de dicha Cámara.
Al instaurarse en el Ecuador el período del «Progresismo» iniciado con el gobierno del Dr. José María Plácido Caamaño en 1884 y afirmado con el del Dr. Antonio Flores Jijón en 1888, continuó acrecentando su imagen política y en 1892 triunfó en las elecciones presidenciales obteniendo 34.000 votos, contra los 27.000 que alcanzó su contrincante el Dr. Camilo Ponce Ortiz.
«El doctor Luis Cordero, literato distinguido e ilustrado, hombre probo y de buenos sentimientos, en política un poco inclinado a las ideas liberales, es decir, tolerante, conciliador, adicto a las garantías y libertades, sinceramente católico, profundamente piadoso, de carácter condescendiente y débil, algo pagado de sí mismo y ególatra y por ello levemente chiflado, sin tacto ni visión política, fue electo Presidente de la República a la terminación del período del doctor Antonio Flores, por marcadas influencias de éste, mejor dicho, por marcada imposición de las autoridades del neofloreanismo»
(Manuel María Borrero.- El Coronel Antonio Vega Muñoz, p. 70).
Asumió la Presidencia de la República el 1 de julio de 1892, llamando para compartir las responsabilidades de su gobierno a hombres de la talla de Honorato Vásquez, Francisco Andrade Marín, Pedro Lizarzaburu y los generales Agustín Guerrero y José María Sarasti; contó además con el respaldo de los doctores Vicente Lucio Salazar y Pablo Herrera, cuando estos en su momento ocuparon la Vicepresidencia de la República.
Este intento de buscar la unidad nacional a través de un gabinete de concentración en el que daba cabida a todas las tendencias, produjo reacciones negativas en los diferentes partidos políticos.
«Los Liberales se sintieron entonces incomprensiblemente defraudados. Los Conservadores inconformes. Los mismos Progresistas insatisfechos. La turbulencia se gestaba bajo las sombras de la sublevación, la prensa inició la campaña, o más exactamente dicho, la sacó a relucir. Casi inmediatamente motines callejeros comenzaron a sucederse periódicamente»
(Eduardo Muñoz Borrero.- En el Palacio de Carondelet, p. 229).
A pesar de los conflictos de política interna que vivía el país, su gobierno se preocupó constantemente por desarrollar e impulsar importantes programas sociales: Se inauguró el Hospital de Guaranda, se mejoraron la Escuela Militar de Quito y la Escuela Naval de Guayaquil, se inauguraron escuelas en diferentes ciudades y poblaciones, se añadieron cuatrocientos kilómetros al sistema telegráfico y salieron a la circulación los primeros carros urbanos, construidos en Guayaquil por una empresa nacional.
En 1894, un suceso lamentable y vergonzoso, en el cual nada tuvo que ver, inició la caída de su gobierno: El traspaso de un barco que Chile vendió al Japón, cuando este último país se encontraba en guerra con China.
Dicho asunto fue el argumento que emplearon sus enemigos para desestabilizar su gobierno. Desde febrero de 1895 y bajo la acusación de haber participado en la «Venta de la Bandera», liberales y conservadores se levantaron en armas contra su gobierno, y notables miembros de la Iglesia predicaron desde el púlpito en contra del presidente.
Cordero sabía apreciar lo que valía una existencia pacífica y sosegada, y amaba como el que más el dulce calor del hogar y la compañía de familiares y amigos; pero en el momento de enfrentar cara a cara con los más graves peligros, fue el primero en presentarse al campo de batalla, y el último en retirarse.
El miércoles Santo, 1 de abril de 1895, durante seis horas hubo en las calles de Quito un violento combate entre simpatizantes del gobierno y liberales y conservadores aliados. Ese día, fusil en mano y acompañado por sus hijos, peleó valientemente desde las barricadas levantadas junto a la puerta del Palacio de Gobierno hasta obtener una clara victoria militar; pero finalmente, en medio de un torrente de acusaciones infamatorias, renunció a la Presidencia de la República y en una emotiva proclama dirigida a la nación el 16 de abril dijo:
«No he incurrido en culpa, he obrado de modo lícito con intenciones rectas, pero si la honra de mi patria exige que seáis injustos para conmigo y mi gabinete, sedlo en buena hora; tendré resignación suficiente para soportarlo. La actitud del ejército ha sido digna y con su apoyo podría continuar en el mando, pero no deseo que por mi culpa se continúe ensangrentando el suelo patrio»
(Fernando Jurado Noboa.- Las Coyas y Pallas del Tahuantinsuyo, p. 378).
Y así, con esa patriótica proclama se puso fin al período Progresista y se inició una nueva etapa en la vida política del Ecuador, que comenzó en Guayaquil con el triunfo de la Revolución Liberal del 5 de junio de 1895.
El Dr. Luis Cordero fue un notable poeta que cultivó el verso clásico y el verso quichua; fue científico, escritor, filósofo, diplomático, periodista, botánico, jurista, polígrafo, crítico literario, moralista y polemista.
Publicó importantes obras literarias; fue Rector de la Universidad del Azuay y Miembro fundador de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
En 1910 su nombre fue rehabilitado por el mismo régimen liberal que lo había derrocado, y el propio Gral. Alfaro lo envió como Representante Plenipotenciario del Ecuador a la celebración del Centenario de la Independencia de Chile, donde leyó su célebre «Mensaje», en verso, con el que alcanzó un apoteósico triunfo diplomático y poético.
Regresó entonces a Cuenca donde murió, repentinamente, el 30 de enero de 1912 -posiblemente impresionado al conocer la noticia del sangriento y cobarde Asesinato de los Héroes Liberales, perpetrado en Quito dos días antes-, cuando se preparaba para su coronación como poeta, que hubo de realizarse en efigie, en 1917, durante el gobierno de otro gran liberal, el Dr. Alfredo Baquerizo Moreno.