Eduardo Sola Franco
Pintor y dramaturgo guayaquileño nacido el 16 de octubre de 1915, hijo del ciudadano español Sr. José Solá y de la guayaquileña Sra. María Teresa Franco Roca.
Su infancia y primeros años de estudio se desarrollaron entre Guayaquil, Barcelona y París, hasta 1924 en que sus padres regresaron al Ecuador y fu mandado a estudiar interno en Quito, en el Colegio del Cebollar, de los Hermanos Cristianos.
Dos años más tarde regresó a Guayaquil y, conociendo sus aptitudes y vocación artística, sus padres lo mandaron a estudiar pintura con el maestro José María Roura Oxandaberro.
A partir de 1929 vivió y estudió en Barcelona, aprovechando su estancia en esa ciudad para conocer y estudiar la obra de los maestros europeos de esa época; pero en 1932, debido a la crisis mundial, regresó a Guayaquil donde al poco tiempo presentó su primera muestra en una exposición colectiva realizada en la Sociedad Filantrópica, en la que participaron de artistas como Galo Galecio, Antonio Bellolio y Eduardo Kingman, entre otros.
“En ese año apareció la primera crónica de mi arte… pero algunos se disgustaron de mis extravagancias versallescas, fui atacado y tuvieron que defenderme los bomberos… Lo mío no agradó y solo vendí una acuarela de las diez que expuse…”
En efecto, esa primera muestra no fue comprendida y menos aún aceptada, pues para esa época, en el Ecuador aún no se comprendía ni se tenía conciencia clara de lo que era el Art Decó.
Ante este “fracaso” decidió viajar al extranjero en busca de mejores campos para expresar su arte, y en 1933 se trasladó a New York, donde tuvo oportunidad de ingresar a la Escuela de Pintura de Grand Central, y al New School of Social Research donde tuvo como profesor al pintor quiteño Camilo Egas. Obtuvo entonces el “Gran Premio” como el mejor estudiante.
Durante los años siguientes viajó por Europa asistiendo a academias y a escuelas de pinturas, y posteriormente, con los conocimientos acumulados empezó a realizar exposiciones en varias ciudades de EE.UU., en Santiago de Chile, Buenos Aires, Lima, Quito y Guayaquil. Lamentablemente, una vez más su obra no fue comprendida en nuestro país. “…mi pintura figurativa y simbolista no fue apreciada ni comprendida porque se vivía un indigenismo exagerado y expresionista, muy de casa adentro, en contraposición con lo mío que siempre ha sido de una inspiración muy diversa y cosmopolita”.
En 1946, luego de vivir un año en New York, viajó a Lima donde junto a Alejandro Miró-Quezada, Corina Garlad, Manuel Solari, Alejandro Graña y otros, formó parte de la recién creada “Asociación de Artistas Aficionados”. Por esa época estrenó en el teatro su obra “Las Bodas que Prepara el Diablo”, y escribió “Los Caminos Oscuros y el Silencio”, “Voces de Soledad”, “Dos Segundos”, “Cenizas Sobre la Vida”, “Al Pesar” y “Regreso al Recuerdo”
A partir de 1947 su vida fue un constante peregrinar entre las principales ciudades de Norteamérica y Europa, con algunos pasos por Suramérica. Por esa época, en París pintó a las mujeres más bellas y famosas del mundo, participó en varias bienales y exposiciones y estrenó en francés tres obras para teatro: “La Trampa al Inocente”, “El Palacio de Espejos” y “Regreso al Recuerdo”, que había escrito en Lima.
Luego de una corta estadía en Madrid, donde escribió “El Arbol de Tamarindo”, “Tres Pobres en la Sombra” y “Una Habitación sin Tiempo”, volvió a Quito donde con Carlos Tobar, María Isabel Eastman, el Embajador de España Sr. Luis Soler y su esposa, y varias personalidades más -relacionadas muchas de ellas con el cuerpo diplomático- formó el grupo de teatro “Arlequín”, que llevó a escena sus comedias “Te y Antipatía”, “La Era del Jazz”, “Mefisto Tour” y “Dramas de Demimond”. Más tarde pasó a Lima donde estrenó sus ballets “Minotauro”, con música de Scriabin y “La Pavana de la Infanta Difunta”, con música de Ravel. También en Lima editó su novela “Latitud 0” y expuso sus obras en el Instituto de Arte Contemporáneo.
En la década de los sesenta se trasladó nuevamente a España donde publicó sus cuentos “Del Otro Lado del Mar”, “El Canto de María Valencia”, “La Mujer que Vive en los Tamarindos”, “Ved Como Desaparecen”, “Las Dos Selvas” y “Formas de la Noche”. Luego se trasladó a la isla de Rodas, en Grecia, donde empezó a escribir sus “Memorias”, y finalmente a Roma donde durante cuatro años se dedicó casi exclusivamente a pintar.
Los años siguientes fueron de una actividad alucinante: Expuso en la Galería Panamericana de Washington, en el Museo del Banco del Pacífico y en el Museo Municipal de Guayaquil, en la Casa de la Cultura de Quito, en el Instituto Italo Americano de Roma; hizo teatro de aficionados en la Escuela Politécnica del Litoral (Espol) presentando “La Trampa del Inocente” y presentó en el Banco Central una retrospectiva de 150 cuadros.
“Hay en su pintura lo cezanniano, lo matissiano, lo fauve, superrrealismo, simbolismo, naturalismo. Acaso lo mejor sean sus series mitológicas -mitologías y desmitologizaciones propias- y, lo peor, por cierto realismo criollista que se resiente hasta de resabios academicistas y amaneramientos. En la pintura de la generación Solá es un marginal y un aberrante” (Hernán Rodríguez Castelo.- El Siglo XX en las Artes Visuales de Ecuador, Banco Central de Guayaquil).
Su vida fue un apostolado dedicado a todas las expresiones del arte, y envuelto en esa actividad, murió en Santiago de Chile el 24 de marzo de 1996.