Efraín Jara Idrovo
Escritor cuencano nacido el 26 de febrero de 1926; hijo el Sr. Salvador Jara Bermeo y de la Sra. Leticia Idrovo Aguilar.
Todos sus estudios los realizó en su ciudad: la primaria en el Asilo de las Monjas catalinas y en la Escuela de los Hermanos Cristianos, y la secundaria en el acreditado “Colegio Borja” de los jesuitas. Finalmente ingresó en la Universidad de Cuenca donde se graduó de Doctor en Jurisprudencia.
Obedeciendo al llamado de su vocación literaria y lingüística, desde muy joven se inició en dichas actividades y asistió durante varios años a la Facultad de Filosofía y Letras, de la que posteriormente fue profesor y decano. Ejerció además, durante muchos años, la cátedra de Literatura en los colegios “Benigno Malo” y “Fray Vicente Solano”.
Su producción literaria se inició en 1947 -dentro del grupo “Elan”- publicando sus primeras expresiones poéticas que dieron testimonio de la fuerza renovadora que le correspondió emprender para imponerse en una época y un medio denso y poblado de tradiciones. Efraín Jara no pudo mantenerse ausente a los problemas sociales y, adoptándolos como propios, se comprometió con ellos y con la sociedad que le tocó vivir, sufriendo sus padeceres y gozando sus efímeros placeres. Por eso su poesía se expresa en un lenguaje convincente -desafiante si se quiere-, con certeza formal, dando la cara para respaldar todas sus palabras; por eso su poesía está bien modelada dentro de la contemporaneidad poética ecuatoriana.
En 1954, huyendo de un medio social y literario que a veces le resultaba asfixiante, buscó refugio en Galápagos donde permaneció hasta 1958, durante un período al que él mismo llamó de “metamorfosis”. Regresó entonces a Cuenca donde -siempre ligado con la lingüística- durante algunos años ejerció la cátedra universitaria y secundaria.
“El escritor tiene que acudir a otro tipo de actividades para su subsistencia económica, entonces yo busqué el magisterio porque siempre he estado centrado en la literatura”
(El Universo, oct. 23/99).
Aunque no muy extensa, su obra refleja una personalidad individual determinante en el contexto de las letras ecuatorianas. Allí están, para dar fe de ello, “Tránsito en la Ceniza” (1947), “Rostro de la Ausencia” (1948), “Carta de Navidad” y “Poema del Regreso” (1956), “Añoranza y Acto de Amor (1972), “Dos Poemas” (1973), “Sollozo por Pedro Jara” (1976), “In Memoriam” y “El Mundo de las Evidencias” (1980), “Alguien Dispone de su Muerte” (1988) y “Los Rostros de Eros” (1997), entre otros.
Pero su labor no solo se limitó a la poesía, como investigador y crítico escribió “Muestra de la Poesía Cuencana del Siglo XX” y muchos artículos en la revista “El Guacamayo y la Serpiente”, fundada por él cuando desempeñó el cargo de Presidente del Núcleo del Azuay de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
“Mi mayor defecto creo que es la abulia; mi mayor virtud es la honestidad, la integridad frente a mí mismo. Esta autocrítica ha hecho que sea un escritor que publica muy tardíamente y muy de tiempo en tiempo. Generalmente lo que escribo lo someto a una reelaboración continua. Soy un escritor muy reflexivo y creo que no todo lo que escribe un escritor es valiosos, sino solo de vez en cuando, en ciertas coyunturas especiales y siempre que esté preparado, con esfuerzo continuo y oficio permanente, surge el poema significativo, la obra signioficativa”
(a Gladys Moscoso.- Revista Diners No. 44, En 86).
En el atardecer de su vida y buscando talvez una forma de acercamiento a Dios, se radicó nuevamente en Galápagos para sumirse en la contemplación del paisaje marino, escribió entonces una nueva forma poética que se traduce en cosmovisiones y vivencias expresadas en el lenguaje propio de su mundo interior. Fue entonces que, en reconocimiento a su maravilloso trabajo, el gobierno del Dr. Jamil Mahuad le confirió, en agosto de 1999, el Premio Eugenio Espejo.