Garaycoa y Llaguno Francisco Javier de
Ilustre prelado nacido en Guayaquil el 4 de diciembre de 1775, hijo de don Francisco Ventura de Garaycoa y Romay (español) y de doña Eufemia Llaguno y Lavayen.
Sus primeros estudios los realizó en su ciudad natal y posteriormente viajó a Quito para ingresar al Colegio Seminario de San Luis. Luego de graduarse de Bachiller ingresó a la Universidad de Santo Tomás de Aquino donde cursó estudios superiores hasta alcanzar, en 1798, la investidura de Doctor en Teología y Cánones. Posteriormente se trasladó a Cuenca, donde el 15 de marzo de 1799 fue ordenado sacerdote del Altísimo en la catedral de dicha ciudad, y recibió dicha investidura de manos de monseñor José Carrión y Marfil.
Inició entonces una santa y abnegada labor pastoral que lo llevó primeramente a Loja y luego a Yaguachi, donde como cura párroco se dedicó por entero a hacer el bien a sus feligreses, tanto en lo material como en lo espiritual.
Años más tarde pasó a cumplir con su misión religiosa en la ciudad de Guayaquil, y en 1819 fue nombrado Rector y profesor de Teología del Seminario de San Ignacio de Loyola. En Guayaquil vivió y respaldó la Revolución del 9 de Octubre de 1820, en la que su hermano -el Crnel. Lorenzo de Garaicoa-, tuvo importantísima y determinante participación. Posteriormente, en 1835 fue designado cura propio de San Alejo, que en ese entonces era viceparroquia de la matriz de Guayaquil.
El 17 de marzo de 1837, el Senado y la Cámara de Representantes decretaron la división de la diócesis de Cuenca en dos obispados: El de Guayaquil y el de Cuenca; y luego de discutir sus organizaciones y rentas respectivas, lo eligió para regir los destinos del primero de ellos. El 22 del mismo mes, el Presidente Constitucional de la República, Dr. Vicente Rocafuerte, por medio de su Ministro de lo Interior puso el ejecútese de dicho decreto, las bulas llegaron en agosto y finalmente, el 14 de octubre de 1838, en solemne ceremonia realizada en la catedral de Quito, el arzobispo José Nicolás de Arteta puso en su cabeza la Mitra Sagrada que lo convirtió en el primer Obispo de Guayaquil.
Durante la terrible epidemia de fiebre amarilla que azotó a Guayaquil en el año 1842, desplegó una labor caritativa sin límites llevando los últimos auxilios espirituales a los moribundos, y consolando y socorriendo a los afectados por dicho mal. El sacrificio inefable del primer pastor de almas de la ciudad hizo que el pueblo, con justísima razón, lo llame «El Angel de la Caridad».
En esa desgraciada época, el pueblo sentíase transportado de entusiasmo cuando le veía caminar en las procesiones con el rostro transformado por la pureza de una devoción no fingida. La gente estaba convencida de que jamás Guayaquil tendría un obispo más devoto y sacrificado por el amor a Cristo y a su pueblo. Más de uno, con sólo verlo, había fortalecido inmensamente su fe.
Fue uno de los más entusiastas impulsadores de la construcción de la Catedral de Guayaquil, y contribuyó trabajando en ella y trayendo desde su hacienda maderas para su edificación.
En el año 1849 el Congreso de la República lo eligió para ocupar el cargo de Arzobispo de Quito, dignidad a la que ascendió en 1852 para ocupar la silla arzobispal que había dejado vacante -por su fallecimiento- el primer Arzobispo de Quito, Nicolás Joaquín Arteta y Calisto. Ese mismo año el Gral. José María Urbina lo designó Miembro del Consejo de Gobierno.
Ocupando tan altísima dignidad, monseñor Francisco Javier de Garaycoa y Llaguno entregó su alma a Dios el 3 de diciembre de 1859.