Fray Pedro de la Peña, Obispo de Quito
Religioso de la Orden de Santo Domingo que tuvo importantísima participación en la vida de la Real Audiencia de Quito, durante los primeros años de la colonia.
Fue natural de Covarrubias en Castilla la Vieja, España, hijo de Hernán Vásquez y doña Isabel de la Peña, y había nacido por el año 1506.
«…vistió el hábito de religioso dominico en el convento de San Pablo de Burgos, y profesó á 3 de marzo de 1540. Poco tiempo después de ordenado sacerdote, vino a México, donde vivió algunos años con fama de teólogo profundo y predicador distinguido: Enseñó con mucho aplauso las ciencias sagradas en la universidad de la misma ciudad y ocupó en su Orden los cargos más honrosos, entre otros, el de Provincial de la provincia dominicana de Méjico, y por comisión del Virrey fue Visitador de Nueva Galicia»
(F. González Suárez.- Historia General de la República del Ecuador, tomo II, p. 42).
El 22 de mayo de 1565 fue designado Obispo de Quito por S. S. Pío IV, recibiendo su consagración el 18 de octubre del mismo año, en Madrid.
Tenía sesenta años de edad cuando el 27 de abril de 1566 llegó por primera vez a Quito, para ocupar el cargo de Obispo; pero a pesar de su avanzada edad, su espíritu dinámico y entusiasta le permitió realizar importantes obras en beneficio no sólo de la ciudad sino de todos los pueblos aledaños.
A pesar de pertenecer a una orden tradicional y exigente como la de Santo Domingo, tenía conceptos religiosos muy avanzados para esa época, basados en los postulados del Concilio de Trento, que pocos años antes había efectuado la reforma de la Iglesia Católica.
«Desde los comienzos de su gobierno preocupóse de instituir un seminario, que, aunque embrionario, fuese, en aquellas circunstancias precarias, centro educacional para formar un clero auténticamente diocesano; en su misma casa abrió una clase de gramática latina y otra de teología moral; dos sacerdotes se encargaron de reglamentarlas, y las disertaciones morales se vieron frecuentemente honradas por la asistencia personal del obispo y de las diversas comunidades que entonces había en Quito»
(E. Muñoz Borrero.- Entonces Fuimos España, p. 226).
Dedicó especiales esfuerzos a impulsar la construcción de la Catedral de Quito -aún en principios- y que había sido iniciada por su predecesor, y tuvo serios enfrentamientos con algunos malos religiosos que en vez de practicar y extender la doctrina de Cristo, se dedicaron a buscar beneficios personales y enriquecimientos a base de «donaciones» que lograban de los moribundos a los que asistían en sus últimos momentos.
Fue uno de los primeros indigenistas de América y demostró gran preocupación en resolver sus graves problemas, la mayoría de ellos producto de los abusos de los propios españoles.
Realizó una importante labor colonizadora, para lo cual se dedicó a recorrer toda la diócesis donde levantó y fundó poblaciones como San Pablo de la Laguna, Atuntaqui, Cotacachi, Urcuquí, Salinas, Tumbapiro, Intag, Chapi, Pimampiro, Mira, Huaca, y otras más.
En los primeros meses de 1582 viajó a Lima para asistir a un Concilio Provincial convocado por el santo Toribio de Modrovejo, obispo de esa ciudad, donde murió al año siguiente, el 7 de marzo de 1583.