de Sangurima Gaspar
Notable artista cuencano nacido entre 1780 Y 1790, en una época en que todos los valores artísticos genuinamente americanos e indígenas eran notablemente apreciados por la sociedad europea.
El niño indio creció a la sombra de la pobre choza de sus padres, en los páramos andinos.
«Creció en un repliegue de esa serranía nuestra, mirando, con sus ojos tristes y humildes, la rutilante claridad de los amaneceres de esta tierra, o la cárdena herida que se abre en el cielo cuando el sol se hunde en el poniente; mirando el milagro de las flores que han abierto sus corolas al beso del rocío mañanero; y el verdor tendido de los campos, y el alto verdor de los árboles; el oleaje inquieto de los sembríos y el viaje cristalino de los ríos; la lluvia delgadita y constante que invita a la tristeza, o la tempestad que sobrecoge al desparramar por todo el horizonte el clarol de los relámpagos y el retumbar del trueno» (Lucio Salazar Tamariz.- Una Comarca y sus Destellos, p. 69).
Su desdichada condición económica nunca le permitió asistir a la escuela, pero desde muy temprana edad en su corazón vibraba ese sentimiento y esa sensibilidad artística que sólo se da en los genios, y sin escuela ni maestros, con sólo su fuerza creadora labró, pintó y esculpió transformando la madera, la piedra y el marfil, en artísticas figuras de belleza inigualable; y el lienzo, bajo el mágico toque de su pincel, adquirió la esplendidez de los cuadros inmortales. Convirtió además -con sus manos- los metales preciosos en delicadas joyas de bella filigrana.
Era zurdo, y por eso le pusieron el nombre de “Lluqui”, que en quichua quiere decir, precisamente, zurdo.
Cuando el Libertador Simón Bolívar llegó a Cuenca por primera vez, recibió la visita de Sangurima quien, humildemente, le ofreció un pequeño botón que en una de sus caras mostraba una fiel reproducción de su rostro. Impresionado por el gran talento del artista, Bolívar propuso que fuera él quien dirija la primera Escuela de Artes y Oficios de la ciudad de Cuenca.
Sangurima vivió muchos años desarrollando su arte y transmitiéndolo a sus alumnos, marcando con su insuperable talento una época dentro del arte colonial ecuatoriano y especialmente cuencano. Creó una escuela que fue continuada por sus hijos Cayetano y José María, y posteriormente por artistas de la talla de Miguel Vélez y Alvarado.