Gonzalo Pizarro
Conquistador español nacido en Trujillo, Cáceres, en la región de Extremadura, por el año 1502, hijo del capitán don Gonzalo Pizarro y de una mujer llamada Francisca González.
Llegó a América a fines de 1530 traído por su hermano Francisco, y luego de desembarcar en Panamá -donde permaneció muy poco tiempo- intervino en la expedición que éste organizó para llevar a cabo la conquista del Imperio de los Incas y asistió, entre 1532 y 1533, a la captura y muerte de Atahualpa.
Posteriormente, cumpliendo órdenes de su hermano intervino en la conquista de los territorios a los que el padre Juan de Velasco llamó Reino de Quito, y en 1540 fue nombrado Gobernador de la Villa de San Francisco de Quito, cargo del que tomó posesión el 10 de diciembre de ese año, cuando el cabildo le reconoció su autoridad ofreciéndole todo su apoyo y respeto.
«El nombramiento de Gonzalo Pizarro como Gobernador de Quito, al cual la mayoría de los historiadores ha prestado poca atención, es de hecho el primer documento de la época hispánica que establece la unidad política que luego llegaría a ser la Audiencia de Quito y hoy se ha convertido en la República del Ecuador. Es cierto que sólo el Rey tenía potestad para crear nuevas gobernaciones y que por lo mismo el nombramiento en referencia carecía de validez jurídica, pero no es menos cierto que en su época tal documento fue acatado por todos, que Quito fue de hecho independiente del Perú por casi un año y que con ello se estableció un precedente de la mayor importancia: Cuando el Rey creó la Audiencia de Quito en 1563, en parte gracias a las gestiones del cabildo, le dio básicamente los mismos límites, dados por Francisco Pizarro a la Gobernación de Quito en 1539»
(Carlos Landázuri Camacho.- Estructura y Funcionamiento del Cabildo de Quito, 1534-1551).
Poco tiempo después de haber asumido la Gobernación de Quito, organizó una expedición para ir en busca del País de la Canela, para lo cual llamó a Gonzalo Díaz de Pineda, uno de los pioneros en los viajes a la región oriental y al capitán Francisco de Orellana, fundador y Teniente Gobernador de Guayaquil, a quienes solicitó le acompañen en dicha empresa.
En los primeros días de marzo de 1541 -luego de nombrar a sus reemplazos en la Gobernación- emprendió la aventura. Varios meses viajaron los expedicionarios por las selvas orientales en busca del quimérico país, hasta que agotados, enfermos y sin víveres, decidieron dividir la expedición acordando que Orellana continúe la misma navegando por el río Napo en una mal construida embarcación, mientras él permanecería en la orilla en espera de que regrese.
La fuerte corriente del río impidió el retorno de Orellana, quien siguiendo río abajo culminó una de las hazañas más notables de la conquista: El Descubrimiento del Río Amazonas.
Varias semanas después, cansado de esperar por Orellana y creyendo que había sido traicionado, volvió a Quito donde llegó con lo que le quedaba de la expedición: Unos pocos hombres desnudos, hambrientos y enfermos.
«Dos años y medio gastó en esa empresa desastrosa; y cuando volvió a Quito apenas le acompañaban, más bien como espectros que como hombres, ochenta de sus soldados de trescientos cincuenta que eran»
(Aguirre Abad.- Bosquejo Histórico de la República del Ecuador, p. 103).
Posteriormente se trasladó a Lima donde en 1544 sus compañeros de armas lo nombraron Procurador General del Perú. Se sublevó entonces contra el gobierno de España, y luego de apoderarse de la ciudad, de la artillería y de los tesoros reales, marchó hacia Quito para enfrentar al casi invencible virrey Blasco Núñez de Vela, que había sido enviado por el Rey Carlos I para implantar una serie de leyes nuevas. El 18 de enero de 1546 se enfrentó con Núñez de Vela, a quien venció y decapitó en la sangrienta Batalla de Iñaquito.
«La rebelión de Gonzalo Pizarro no fue más que el epílogo de la trágica contienda entre los Pizarro y los Almagro. Y no siendo ésta otra cosa que una disputa por la posesión del Perú, no debe sorprender que una vez resuelta la rivalidad a nivel interfamiliar, la beligerancia abocase en desafío a la autoridad real, que pudo llegar a la ruptura total y definitiva de los tenues lazos entre la metrópoli y una de las más ricas provincias de ultramar.
No cabe, tan sólo conocerse el desenlace final, menoscabar el peligro que entonces existía. Al fin y al cabo Gonzalo Pizarro llegó a triunfar sobre el Virrey Blasco Núñez de Vela, y dominó, con el mismo absolutismo del soberano español, nada menos que aquel Perú que le había proporcionado a la corona, el más fabuloso tesoro que registra la historia»
(Julio Estrada.- Andanzas de Cieza por Tierras Americanas, p. 79).
Poco tiempo después -para recobrar el dominio de Quito- el gobierno español envió al religioso don Pedro de la Gasca, llamado «El Pacificador», quien con astucia logró dividir las fuerzas de Pizarro hasta debilitarlas de tal manera, que los soldados rebeldes se fueron pasando poco a poco a su lado.
Finalmente las dos fuerzas se encontraron en Jaquijahuana, a cinco leguas del Cuzco. Estaban próximas a entrar en combate cuando algunos oficiales de Pizarro, fingiendo hacer un reconocimiento del terreno, se adelantaron con sus hombres y enseguida dieron espuelas a sus caballos para pasarse al enemigo.
Sus más leales partidarios, al ver estas deserciones sintieron temor y se pusieron en fuga. Viendo que estaba casi solo, Gonzalo Pizarro se dirigió a su ayudante el Cap. Acosta y le preguntó: «¿Ahora qué haremos?... «Morir como romanos», le contestó éste; a lo que Pizarro respondió: «Mejor es morir como cristianos». Avanzó entonces gallardamente hacia el enemigo y fue a entregarse.
Inmediatamente fue conducido ante «El Pacificador», quien lo acusó y recriminó por haber traicionado al Rey de España, a lo que éste respondió: «Señor, yo y mis hermanos lo ganamos a nuestra costa, y en quererla gobernar como Su Majestad lo había dicho, no pensé que erraba».
Llevado a Lima, De la Gasca siguió a Pizarro un rápido proceso que culminó con la condena a muerte del conquistador, quien, al llegar al lugar del suplicio, pidió permiso para hablar y se dirigió a la muchedumbre con sentidas palabras:
«Muchos hay entre vosotros a quienes la bondad de mi hermano y la mía han hecho ricos. Sin embargo de todas mis riquezas, nada me queda sino la ropa que tengo encima, y aun esta no es mía sino del verdugo. Me hallo pues sin medios para mandar decir una misa por el bien de mi alma, y os ruego por el recuerdo de los pasados beneficios, que cuando muera me hagáis esta caridad, para que os sirva de descargo en la hora de vuestra muerte».
«Llevaron a degollarlo a Pizarro, montado sobre una mula, con las manos atadas y cubierto con una capa. Murió como cristiano y católico, después de haberse confesado con óptima disposición. Se puso a recibir el golpe, sin hablar una sola palabra, con ánimo invicto, con grande autoridad y severísimo semblante»
(Juan de Velasco.- La Historia Antigua, tomo II, p. 160).
Cumplida la sentencia, su cabeza fue puesta en picota y exhibida en alto, en la plaza principal. Su cuerpo fue sepultado sin quitarle ninguna de sus prendas, pues Diego Centeno, aunque enemigo suyo, pagó al verdugo el precio de sus ropas diciendo que no era acción de caballeros injuriar a los muertos.
Así, sencilla pero valerosamente, como vivió, el conquistador don Gonzalo Pizarro pagó tributo a la vida el 10 de abril de 1548.
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