Guayaquil
GUAYAQUIL.- La historia de la fundación de Santiago de Guayaquil fue -hasta hace poco- una de las más polémicas y discutidas de la historia americana: polémica y discutida, porque con relación a ella existieron varios estudios, como el que sustentó muy documentadamente el Sr. Miguel Aspiazu Carbo, en su obra “Las Fundaciones de Guayaquil”, el que sostuvo el Dr. Rafael Euclides Silva, en su obra “La Fundación de Guayaquil: Lo Verídico, lo Probable, lo Disparatado”; y el realizado por los investigadores Dora León Borja y Adám Százdi, publicado en su obra “Estudios Sobre las Fundaciones de Santiago de Guayaquil”.
Lo curioso, y además importante, es que estas propuestas -tan discutidas y controversiales- se complementan en un génesis único que se inicia en el año de 1533, cuando, luego de asistir a la muerte de Atahualpa, en Cajamarca, los españoles iniciaron la conquista de los territorios llamados de Quito.
En los primeros meses del año siguiente y conociendo que Pedro de Alvarado -conquistador de Guatemala- había desembarcado en las costas de Manabí con intenciones de iniciar por cuenta propia la conquista de dichas tierras, Diego de Almagro marchó apresuradamente y llegó a orillas de la laguna de Colta donde se reunió con Sebastián de Benalcázar, y por disposición de Francisco Pizarro procedió, el 15 de agosto de 1534, a levantar el Acta de Fundación de la ciudad de Santiago de Quito(Santiago en el territorio de Quito, hoy Guayaquil), con la advertencia de que “ésta se podría mudar con su nombre a otro lugar más propicio en el que se pudiera levantar la ciudad de manera definitiva”(1).
En consecuencia, el 15 de agosto de 1534 es -indudablemente- el día más importante de nuestra historia, pues ese día se estableció el nacimiento de la primera ciudad que los españoles fundaron en tierras de lo que hoy es el Ecuador.
La ciudad se llamó Santiago en homenaje Santiago el Mayor, patrono de España, y de Quito por estar asentada en los territorios de Quito.
Esta fundación y el derecho de conquista se respaldaban en la Cédula Real expedida en 1529 a favor de Pizarro, por medio de la cual la Corona Española le había concedido derechos de conquistar y poblar los territorios que se extendían más allá “…del poblado que en lengua de indios se dice Temumpalla y después le llamasteis Santiago” (2)
Trece días después -el 28 de agosto- en el mismo sitio donde había fundado la ciudad de Santiago, Almagro procedió a fundar la villa de San Francisco de Quito, que según reza el acta debía ser trasladada al lugar donde quedaba la ciudad principal de los Quitus (3).
Finalmente y antes de partir hacia el sur para participar en la conquista de Chile, Almagro dispuso que Francisco Pacheco fundara una ciudad en el sitio conocido entonces como Puerto Viejo, y dio poderes a Benalcázar para que sea él quien se encargue de cumplir con los respectivos traslados señalados en el las actas de fundación de Santiago y San Francisco de Quito.
A partir de entonces y obedeciendo lo dispuesto por Almagro en el Acta de Fundación, Benalcázar inició el traslado de la ciudad de Santiago y luego de pasar por Tomebamba (Cuenca), se dirigió a la costa y estableció la ciudad de Santiago junto al poblado Huancavilca llamado Guayaquil -en las cercanías de Yaguachi- que era gobernada por el célebre cacique del mismo nombre, “cuya existencia histórica se establece a través de numerosos documentos de la época de la conquista española”
(Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil, No. 89, Enero 2003, p. 29).
Fue entonces que dejó de llamarse Santiago de Quito y pasó a llamarse Santiago de Guayaquil, por haber sido trasladada y asentada en la región de ese nombre.
Ya para entonces, el 22 de enero de 1535, desde el poblado de Pachacámac, en el Perú, Pizarro había aprobado las fundaciones de Santiago y San Francisco de Quito, realizadas por Almagro un año antes en las cercanías de la laguna de Colta; es decir, reconocía la existencia de dos poblaciones diferentes: la ciudad de Santiago y la villa de San Francisco.
Posteriormente y a pesar de las promesas de coexistencia pacífica que habían hecho los españoles, estos se dedicaron a cometer toda clase de atropellos y abusos en contra de los indígenas a quienes empezaron a exigir no solo abundante oro sino -también- mujeres hermosas, y cuando no eran satisfechos en sus exigencias, quitaban las que les placía, a sus maridos, que eran asesinados si oponían resistencia.
Por esta razón y cansados de tantas felonías, Chonos y Huancavilcas se rebelaron y destruyeron e incendiaron la ciudad, matando a la mayoría de sus pobladores. De aproximadamente cuarenta españoles que la poblaban, solo pudieron escapar cinco o seis, quienes luego de dos semanas de apurada marcha, sufriendo la falta de alimentos, el frío y otras terribles penalidades, lograron llegar a Quito y comunicar la infeliz noticia(4).
Al poco tiempo y considerando que el establecimiento de Santiago en la región era de singular importancia para consolidar la conquista, Pizarro envió al Cap. Hernando de Zaéra para que intente levantar nuevamente la ciudad, pero éste se vio complicado por la resolución de Chonos y Huancavilcas de no permitir un nuevo asentamiento de los españoles, y sólo luego de largas luchas y de ser derrotado varias veces, pudo por fin someter a los indios en base a un acuerdo, por medio del cual aceptó varias exigencias de los nativos, como traer mujeres españolas para poblar la ciudad y la fortificación de la misma.
Posteriormente el Cap. Zaera tuvo que abandonar la ciudad llevándose sus fuerzas para auxiliar a Pizarro que tenía graves problemas con una rebelión de Manco Inca, situación que fue aprovechada por Chonos y Huancavilcas para destruirla nuevamente, pues estas indómitas tribus siempre se negaron a aceptar la sumisión y el dominio español.
Al conocer de este nuevo desastre, Francisco Pizarro le encomendó al Cap. Francisco de Orellana la misión de llevar cabo un nuevo reasentamiento de la ciudad.
Orellana llegó acompañado de un gran número de españoles, y a mediados de 1537, siguiendo las formalidades acostumbradas de instaurar la cruz y la picota, e invocando a Dios y a su Majestad, a orillas del río Yaguachi dio por fundada la ciudad de Santiago de la Culata (5).
Al año siguiente, nuevamente Pizarro envió a Orellana para que levantara y poblara la ciudad, que una vez más había sido destruida por los indios.
El lugar escogido por Orellana fue la tierra de los Daulis (Daule), donde la ciudad permaneció hasta septiembre u octubre de 1539, en que una vez más la trasladó, asentándola en el pueblo indígena de Amay, ubicado posiblemente en la boca del estero de Dimas, en la margen izquierda del hoy llamado río Puebloviejo, entre Pimocha y Babahoyo (6).
El último y definitivo asentamiento de Guayaquil estuvo revestido de toda la solemnidad que el caso ameritaba:
Orellana debió presentarse en la mañana en lo que después fue la Plaza Mayor del pueblo, luciendo sus mejores galas soldadescas. Llevaría celada borgoñeta con la visera levantada y, derribada sobre el hombro, una capa carmesí. Detrás de él seguirían los soldados, todos a pie y precedidos por el alférez con su bandera y un fraile con el crucifijo. Los soldados caminarían empuñando sus espadas, el único que carecería de ella sería el escribano, el cual traería pluma, papel y tintero»(Miguel Aspiazu Carbo.- Las Fundaciones de Guayaquil).
Fascinado con las bondades de la región, Orellana permaneció en la nueva ciudad hasta 1541, en que partió hacia Quito para unirse a Gonzalo Pizarro e ir en busca del País de la Canela; expedición que culminaría, el 12 de febrero de 1542, con el Descubrimiento del Río Amazonas.
Al partir Orellana se produjo una nueva sublevación indígena y la pequeña guarnición que defendía la ciudad -ampliamente superada en número- no pudo resistir el ímpetu de sus atacantes, y fue arrasada totalmente. Ante esta situación, el Cap. Diego de Urbina -que había quedado a su mando- dispuso que su gente y los vecinos se retiren a Portoviejo, donde organizó una fuerte columna armada con la que volvió, atacó, venció y sometió a los sublevados. De inmediato procedió, en noviembre de 1541, a la reconstrucción de la ciudad trasladándola a Lominchao, a orillas del caudaloso Guayas, en su actual y definitivo emplazamiento.
El traslado de la ciudad al otro lado del Guayas dio pie a un reclamo por parte de los vecinos de Quito, quienes pedían que “se volviese el pueblo de Guayaquil al asiento primero, por la más comodidad que había para poderse comunicar desde allí a Quito”(7).
Así, tras varios años de agitado peregrinar, y gracias a la intervención y el coraje de Almagro, Benalcázar y Orellana, entre otros, la ciudad quedó definitivamente establecida en el sitio en el que hoy -convertida en la más importante del país- se levanta bella y airosa.
Esta es la historia de la fundación de Guayaquil, segunda ciudad fundada por los españoles en la América del sur, tal lo señala el padre Jacinto Morán de Butrón en su obra «Compendio Histórico de la Provincia, Partidos, Ciudades, Astilleros, Ríos y Puerto de Guayaquil, en las Costas de la Mar del Sur», donde al autor afirma que en los archivos del Ayuntamiento de Guayaquil “existía una Real Cédula de 6 de octubre de 1535, en que la Majestad del rey don Carlos V, dijo que era la segunda población de aquel dominio” (8).
Establecida definitivamente, Guayaquil se convirtió en poco tiempo en un floreciente y próspero emporio de riqueza, por lo que durante la colonia, debido a su importante desarrollo económico, sufrió innumerables ataques e invasiones por parte de piratas y aventureros de los mares que la quemaron y saquearon varias veces, entre ellos se destacan los ataques perpetrados por Thomas Cavendish en 1587, Jacobo L’Hermite en 1624 y el pirata Rogers en 1708.
Por esa época Guayaquil era ya una pujante ciudad que gozaba de gran fama y poder económico, no sólo por su comercio sino por sus astilleros, los más importantes de la costa del Pacífico, que habían nacido casi desde el mismo momento de su fundación, pues Guayaquil tenía a mano todos los materiales necesarios para la construcción de naves: buenas y resistentes maderas con gran capacidad de flotación, flexibilidad y largura; y la calificada mano de obra de los nativos, que eran habilísimos constructores de canoas, balsas y piraguas.
Fue así que desde mediados del siglo XVI se habían construido en sus astilleros las primeras embarcaciones de cabotaje que navegaron en las rutas del pacífico desde México hasta Chile.
Ante estas consideraciones, en 1671 el rey don Carlos III fundó oficialmente los Reales Astilleros de Guayaquil, destinados a la construcción de grandes naves mercantes o de guerra.
Guayaquil es el mejor astillero que se conoce en toda la costa del mar Pacífico, tanto por la abundancia y calidad incomparable de sus maderas como por su calidad sobresaliente y comodidad admirable para construir los buques, siendo el único en donde se pueden fabricar navíos de todos portes para guerra como para comercio y el más a propósito para carenar” (Jorge Juan y Antonio de Ulloa.- Noticias Secretas de América).
Para 1692 y buscando seguridad y desarrollo, luego de recibir la autorización correspondiente la ciudad se trasladó desde las faldas del cerro hacia Sabaneta, al sector comprendido hoy desde el malecón hasta Boyacá, entre las calles Víctor Manuel Rendón y Colón, donde inmediatamente, luego de determinar el sitio que ocuparía la Plaza Mayor, se inició alrededor de ella el levantamiento de “Ciudad Nueva”, con las construcciones de las Casas del Cabildo y la Iglesia Matriz.
En la década de 1750, ante el peligro de ataques ingleses, el Virrey de Santa Fe recomendó la fortificación de Guayaquil, a la que el Virrey de Lima se opuso en parte por simple rivalidad y en parte porque estaba convencido de que podría acudir fácilmente a su defensa (9). Esta discusión fue aprovechada por Guayaquil para solicitar y obtener su erección en Gobierno Militar, que le fue concedida por Cédula del 8 de diciembre de 1762 (10).
Treinta y un años más tarde, en 1781, el Cabildo de la Ciudad reconoció al 25 de julio de 1547 como “el día de la conquista de la ciudad y provincia” (11).
La vida en Guayaquil continuó su ritmo normal entre incendios, ataques de piratas y el cotidiano trabajo, hasta que a inicios del siglo XIX en toda América se empezó a hablar de independencia. Entonces los guayaquileños, resueltos, decididos, llenos de imponderable valor y desdén ante la muerte, se prepararon para escribir la página más gloriosa de la historia nacional: La proclamación de la independencia.
La Revolución del 9 de Octubre de 1820, no solo convirtió a Guayaquil en la primera ciudad de nuestra patria que fue realmente libre e independiente, sino que con ella nació la independencia de lo que es el Ecuador actual.
Protagonistas de ese glorioso día fueron José Joaquín Olmedo, José de Antepara, Gregorio Escobedo, Francisco y Antonio Elizalde, José Antonio Espantoso, Lorenzo de Garaycoa, Juan Illingworth, Francisco de P. Lavayen, León de Febres-Cordero, Luis Urdaneta, Rafael Jimena, Miguel de Letamendi, Francisco de Marcos, Pablo Merino, Pedro Morlás, Diego Noboa, Vicente Ramón Roca, José de Villamil, el capitán Nájera, el «Cacique» Hilario Alvarez y los sargentos Vargas y Pavón.
Un mes más tarde y convocados por Olmedo, el 8 de noviembre se reunieron en Guayaquil 57 representantes de todos los pueblos que conformaban el territorio libertado; y ellos, al expedir el Reglamento Provisorio de Gobierno, dieron nacimiento también a un nuevo Estado: La República de Guayaquil.
“Guayaquil se constituyó en Estado independiente, pues reunía las condiciones necesarias para ello, ya que territorialmente comprendía, en esa época, casi todo el litoral, esto es, las actuales provincias del Guayas, Manabí, Los Ríos y El Oro hasta Machala inclusive”
(Pío Jaramillo Alvarado.- La Presidencia de Quito, Tomo II, p. 544).
Pero eso no fue todo, consientes de la necesidad de extender la libertad a toda la Audiencia de Quito, los patriotas guayaquileños organizaron y financiaron las fuerzas militares que bajo el nombre de División Protectora de Quito y al mando de Urdaneta y Febres-Cordero, primero, y de Antonio José de Sucre, después, lucharon palmo a palmo por la independencia de la patria, hasta culminar finalmente -el 24 de mayo de 1822- en el monumental escenario de la gloria guayaquileña: el Pichincha.
El 11 de julio de ese mismo año Simón Bolívar llegó por primera vez a Guayaquil, y dos días más tarde -sin respetar el deseo de los guayaquileños de mantener su independencia, y respaldado por el fuerte contingente militar que lo acompañaba- ocupó y tomó por la fuerza la ciudad capital de la Provincia Libre de Guayaquil, que se extendía desde el sur de Esmeraldas hasta Tumbes, y que durante 21 meses había mantenido una condición de estado independiente reconocida por Colombia, por Perú y por el Presidente de la Audiencia de Quito, Crnel. Melchor Aymerich, quien en su oportunidad había escrito a Olmedo dirigiéndose a él como Presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil.
Inmediatamente Bolívar se declaró Jefe Supremo y decretó la Anexión de Guayaquil a Colombia. Pocos días después, entre el 26 y el 27 del mismo mes, el Libertador celebró con el Gral. José de San Martín la histórica reunión conocida como la Entrevista de Guayaquil.
“El pueblo de Guayaquil había proclamado su independencia sin la intervención de otros pueblos. Libre por sí mismo, por nadie libertado, tenía perfecto derecho para darse un gobierno propio o por escoger la nacionalidad que más le conviniese. Recibió auxilio y armas del Perú y soldados de Colombia para sostener su independencia, pero en cambio, agotó sus recursos pecuniarios, y dio su contingente de tropas para libertar las provincias de Quito en cuatro campañas sucesivas. Los colombianos no figuraron solos en la Batalla del Pichincha que terminó la guerra. Atenidos a ellos solos no habrían podido librar esa memorable batalla, a la cual concurrieron dos batallones peruanos, un escuadrón argentino y un batallón de guayaquileños”
(Dr. Aguirre Abad.- Bosquejo Histórico de la República del Ecuador, p. 198).
Instaurada la República, gracias a su condición de puerto Guayaquil adquirió gran desarrollo y riqueza, convirtiéndose desde el primer momento en la ciudad más importante del Ecuador, tanto en el plano político como en lo económico. Fue así que el 6 de marzo de 1845, cansados de estar sometidos al militarismo extranjero, los guayaquileños protagonizaron la llamada Revolución Marcista que puso fin al gobierno del Gral. Juan José Flores.
Cosa igual sucedió el 5 de junio de 1895 cuando en Guayaquil estalló la Revolución Liberal que llevó al poder al Gral. Eloy Alfaro, iniciándose entonces la verdadera transformación social, política y económica del Ecuador.
La ciudad había crecido considerablemente cuando en la noche del 5 de octubre de 1896, un pequeño fuego que se inició en los bajos de la esquina de las actuales calles Aguirre y Malecón, fue agitado por el viento iniciando el terrible flagelo que la historia guayaquileña llamó “El Incendio Grande”, y que corriendo hacia el norte consumió toda la ciudad hasta Las Peñas.
“Y al clarear el día 7, un gigantesco cuadrilátero de escombros se tendía desde Malecón hasta la calle Santa Elena, y desde Aguirre hasta la cumbre del cerro Santa Ana. En ese plano trágico, ni una brizna con vida: Hasta los muelles se quemaron y también -para remate de ironía- algunas bombas contra incendio”
(Carlos Saona.- Rielando en un Mar de Recuerdos, primera parte, p. 188).
No habían pasado 6 años cuando un nuevo flagelo arrasó una vez más la ciudad consumiéndola -precisamente- desde la calle Aguirre hacia el sur; es decir, todo lo que no se había quemado durante el “Incendio Grande”. Pero la ciudad no claudicó y fue reconstruida para volver a ser -en muy poco tiempo- la floreciente metrópoli que siempre había sido.
En los años siguientes la ciudad continuó creciendo y desarrollándose de manera ordenada y progresiva, gracias a la presencia de Presidentes del Concejo o Alcaldes que la amaron y trabajaron incondicionalmente a favor de ella; tal fue el caso del Dr. Leopoldo Izquieta Pérez, el Sr. Asisclo Garay, don Rafael Guerrero Valenzuela, el Dr. Rafael Mendoza Avilés y el Sr. Emilio Estrada Ycaza, entre otros.
A partir de 1963, una serie de malas administraciones hundieron al Municipio en un abismo del que parecía imposible salir: se había impuesto un imperio de destrucción, abandono y latrocinio que, con pocas y honrosas excepciones, estuvo a punto de acabar con la ciudad. Afortunadamente en 1992 llegó a la alcaldía el Ing. León Febres-Cordero Ribadeneyra, quien con su presencia inició la obra de reconstrucción y resurgimiento de Guayaquil, que a partir del año 2000 fue continuada por el Ab. Jaime Nebot Saadi.
El origen del nombre de Guayaquil se pierde en la aurora del tiempo. Según leyendas recogidas por Dionisio Alcedo y Herrera, y continuadas posteriormente por narradores e historiadores guayaquileños, la ciudad debe su nombre a los del cacique Guayas y su esposa la princesa Kil, reunidos; pero existen diversas consideraciones que se oponen de manera determinante a esa versión puramente tradicional, una de ellas es la comprobada existencia del poblado y del cacique Guayaquil, que tiene mucha mayor fuerza e importancia al momento de dar nombre a la región.
En 1929, frente a la polémica que se generaba en torno a la fecha de fundación de Guayaquil, el cabildo porteño -para resolver este delicado asunto- convocó a un destacado grupo de cronistas e investigadores de la época, el mismo que llegó a la conclusión de que el 25 de julio debía ser la fecha en que debía celebrarse la fundación de la ciudad; posiblemente creyeron que -por habérsela fundado con el nombre del apóstol Santiago, cuya fiesta se celebra en ese día- ese debía ser el de su fundación.
Fue así que por falta de documentos, el 24 de septiembre de 1929 el cabildo resolvió acoger el 25 de julio de 1537 como la fecha de la fundación de Guayaquil y reconocer a Francisco de Orellana como el fundador de la ciudad.
La historia de Guayaquil -confundida en sus inicios- se ha podido conocer y reescribir gracias a investigadores como Modesto Chavez Franco, Camilo Destrugue, José Antonio Campos, Gabriel Pino Roca, Julio Estrada Ycaza, Miguel Aspiazu Carbo, José Antonio Gómez, Dora León y Adám Szászdi, entre otros, que dedicaron muchos años de sus vidas a la revisión de documentos, libros y archivos, en busca de conocer y descubrir la verdad.
Fue así que, consiente de que la historia es dinámica y cambia con la aparición de nuevos documentos, a mediados del 2002, a solicitud del Alcalde de la ciudad, Ab. Jaime Nebot Saadi, se formó una comisión integrada por los historiadores e investigadores Melvin Hoyos Galarza, Ana Rodríguez de Gómez, Alejandro Guerra Cáceres y Efrén Avilés Pino, para que ésta investigue la verdad histórica sobre la fundación de Guayaquil. El informe -que determinó lo señalado tal cual consta al inicio de esta monografía- fue publicado en el Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil No. 87 (9 de la Nueva Epoca), en Enero del 2003).
La ciudad de Guayaquil se levanta en la orilla derecha del río Guayas, en los 2o 12’ de latitud sur, y los 79o 53’ de longitud oeste, y tiene una altura aproximada de 6 m sobre el nivel del mar.
Es capital de la provincia del Guayas, y por su gran desarrollo es la ciudad más importante del país, la más poblada y la que más riqueza genera.
El cantón Guayaquil fue creado el 25 de junio de 1824 de acuerdo con la Ley de División Territorial de Colombia dictada por el Gral. Francisco de Paula Santander, y está integrado por las parroquias rurales Juan Gómez Rendón (Progreso), El Morro, Posorja, Puná y Tenguel.
(1) “Pareciéndole a Su Señoría que el dicho pueblo se debe mudar a otra parte con él y su nombre pueda mudar porque al presenta a causa de ser la tierra nuevamente conquistada y anda acabándola de pacificar no se ha visto ni tiene experiencia de los sitios donde mejor pueda estar el dicho pueblo” (tomo I del Libro I de los Cabildos de Quito).
(2) Este poblado estaba situado en la desembocadura del río Santiago, en lo que hoy es la provincia de Esmeraldas, donde Pizarro había desembarcado durante su primer viaje, en 1526. Con fecha 26 de junio de 1529 Pizarro había obtenido de la reina Isabel de Portugal -esposa de Carlos V de Alemania y I de España- una Capitulación que en su parte resolutiva dice: “…doy y licencia y facultad a vos, el dicho Capitán, podáis continuar el dicho descubrimiento, conquista y población de la dicha provincia del Perú, hasta doscientas leguas de tierra por la misma costa, las cuales comienzan por el pueblo que en lengua de indios se dice Temumpalla, y después le llamasteis Santiago…”
(3) De igual manera, el 28 del mismo mes y año, en ese mismo lugar se levantó también el acta de la fundación de la Villa de San Francisco de Quito (hoy Quito), que debía ser edificada más tarde en el lugar “… donde había estado la ciudad de indios conocida con el nombre de Quito, por ser aquel sitio mejor y más cómodo para edificar ciudad de españoles”
(Relaciones Geográficas de Indias, tomo III, p. 4).
(4) Pedro Cieza de León.- “Crónica del Perú” – Buenos Aires 1945 p. 171.
(5) Se llamaba culata al sitio hasta donde podían llegar las embarcaciones que navegaban río arriba. Hay quien confunde la culata con la parte posterior de un cerro.
(6) Dora León y Adám Szászdi.- “Estudio sobre las Fundaciones de Santiago de Guayaquil”, Archivo Histórico del Guayas, p. 20, 32, 70.
(7) Esta obra fue publicada en España en 1971, equivocadamente bajo la autoría de Dionisio de Alcedo y Herrera. La primera ciudad fue San Miguel de Piura, en el Perú).
(8) El hecho indiscutible de que Guayaquil y Lominchao son dos lugares diferentes, lo destaca Fray Reginaldo de Lizárraga en su “Descripción Breve de Toda la Tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile”, incluida en el tomo II de la obra “Historiadores de Indias” Madrid 1909, p. 487 / Dora León y Adám Szászdi.- “Estudio sobre las Fundaciones de Santiago de Guayaquil”, Archivo Histórico del Guayas, p. 47).
(9) Julio Estrada Ycaza.- La Lucha de Guayaquil por el Estado de Quito, Tomo I, p. XIX
(10) Julio Estrada Ycaza.- La Lucha de Guayaquil por el Estado de Quito, Tomo I, p. 172
(11) J. A. Gómez.- Querido Guayaquileño, El Universo, Oct. 6 del 2005