Ilmo. Federico González Suárez
Religioso, historiador y político nacido en Quito el 12 de abril de 1844, hijo del señor Manuel María González, de nacionalidad colombiana, y de la señora Mercedes Suárez, ecuatoriana.
Su cuna fue humilde, situación que se vio agravada cuando su padre tuvo que ausentarse a Colombia a causa de una enfermedad que finalmente le causó la muerte, por lo que su madre quedó sumida en una gran pobreza. Afortunadamente, en su tierna infancia fue socorrido por el Arzobispo de Quito Mons. Francisco Javier de Garaicoa, quien humanitariamente protegió su semidesnudez y precaria salud.
La pobreza no fue un obstáculo para su educación, pues tuvo en su madre el apoyo necesario y la fuerza moral para emplearse a fondo en sus estudios, y pudo así completar la primaria en las escuelas de San Francisco y de Santo Domingo, y la secundaria en el Colegio de San Fernando.
«González Suárez despertó una permanente admiración de parte de sus profesores, pues tenía una inteligencia precoz y leía todo libro que se encontraba a su alcance. A la edad de 12 años había leído ya la «Historia del Reino de Quito» del Padre Juan de Velasco, y esta lectura despertó en su espíritu la inclinación y la idea de más tarde ser un historiador»
(Jaime Aguilar Paredes.- Grandes Personalidades de la Patria, p. 304).
Al terminar su instrucción básica y obedeciendo al llamado de su vocación religiosa, ingresó al Seminario de San Luís donde estudió teología y derecho canónico; más tarde pasó al Convento de los Padres Jesuitas y luego a Cuenca, donde gracias a una atención especial del Obispo de esa ciudad pudo terminar finalmente su carrera sacerdotal.
Por esa época ya era notable por su gran talento y habilidad política, condiciones que le permitirían alcanzar las más altas posiciones dentro de la Iglesia, y ejercer su poderosa influencia en la política y el Estado.
En 1878 fue elegido Diputado por la provincia del Azuay a la Convención de Ambato, y publicó su obra «Estudios Históricos de los Cañaris». Más tarde, en 1883 se estableció nuevamente en Quito donde se dedicó por entero a las investigaciones sobre la historia de nuestra patria; pudo así documentarse adecuadamente para escribir su gran obra «Historia General de la República del Ecuador». Por esa época combatió a la dictadura instaurada por el Gral. Ignacio de Veintemilla, y al tiempo que intervenía en la política su figura se fue haciendo muy respetada y temida por sus severas convicciones e intransigencia con todo lo descompuesto y corrupto.
Nuevamente asistió como Senador al Congreso de 1892; el 14 de diciembre de 1893 fue nombrado Obispo de Ibarra, y en 1894 volvió una vez más al Congreso.
A raíz de la Revolución Liberal que en 1895 llevó al poder al Gral. Eloy Alfaro, se produjeron graves enfrentamientos entre el clero y el gobierno que pusieron en serio peligro la paz y la tranquilidad de la República. Apareció entonces su figura brillante, y gracias a su intervención pacificadora logró que se aplacaran las turbulencias gubernamentales contra los eclesiásticos y las violentas expresiones de éstos contra el gobierno.
En 1906 Su Santidad el Papa Pío X lo nombró para el cargo de Arzobispo de la ciudad de Quito, dignidad en la que se posesionó el 2 de junio de ese mismo año. Poco tiempo después fue nombrado profesor de la Universidad de Quito y en 1909 creó la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, que en 1920 se convirtió en Academia Nacional de Historia del Ecuador.
Negros nubarrones cubrieron el cielo de nuestra patria en 1910, cuando debido a su deseo expansionista las tropas peruanas amenazaron invadir nuestro territorio; ante esta situación, el Gral. Alfaro, que ocupaba por segunda vez la Presidencia de la República, marchó al frente del Ejército Nacional para preparar la defensa de nuestras fronteras.
Se formó entonces una Junta Patriótica que contó con la participación de los hombres más prominentes de la época. Uno de ellos fue González Suárez, quien en su momento expresó: «Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca; pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino en los campos del honor, al aire libre, con el arma al brazo. No lo arrastrará a la guerra la codicia, sino el honor».
Dos años más tarde tuvo lamentable y cobarde actuación, cuando en Quito permaneció oculto sin hacer nada para evitar el sangriento Asesinato de los Héroes Liberales, pues creyó que si él intervenía en defensa de las víctimas podría sufrir también las consecuencias del odio regionalista y la barbarie política.
Fue un escritor notable cuya extensa obra abarca temas religiosos, científicos, políticos e históricos; tal es el caso de «Estudios Bibliográficos», «Historia Eclesiástica del Ecuador», «Hermosura de la Naturaleza y Sentimiento Estético de Ella», «Estudio Histórico sobre los Cañaris», «Estudios sobre la Cédula de 1802», «Fray Luís de León», «Estudio sobre Virgilio», «Atlas Arqueológico», «Observaciones sobre el Poder Temporal del Papa»; y su gran obra «Historia General del Ecuador».
«González Suárez, sabio y santo; arquetipo del verdadero patriota, modelo excelso del Sacerdote Católico, eximio prelado, luchador infatigable en defensa de la Fe, pensador profundo, historiador eminente, sabio en ciencias eclesiásticas y profanas, literato y crítico, teólogo y filósofo; descuella entre los más ilustres hijos de nuestra América y es la cumbre más elevada entre los grandes hombres ecuatorianos»
(Idem, p. 309).
Finalmente, no sin antes perdonar a quienes le ofendieron, y pedir perdón a quienes él ofendió, el Ilmo. Federico González Suárez murió en su ciudad natal, Quito, el 1 de diciembre de 1917.
Sus restos mortales descansan en la Catedral Metropolitana de esa ciudad.