José Diguja
Funcionario español y coronel de los ejércitos realistas, nacido en la villa de Benavente, en Castilla la Vieja.
La primera vez que vino a América fue por el año 1740, y luego de haber regresado dos veces más, en 1749 acompañó a la familia del virrey Alonso Pizarro y se radicó en la ciudad de Bogotá.
«De cuarenta años de edad y soltero, este español había recorrido casi toda la América del sur, desempeñando como marino y como militar, importantes comisiones del gobierno, y se hallaba adornado de cualidades morales sobresalientes…»
(Eduardo Muñoz Borrero.- Entonces Fuimos España, p. 569).
El 5 de mayo de 1764 le fue concedida la Cédula por medio de la cual se lo nombraba Presidente de la Real Audiencia de Quito, cargo del cual se posesionó tres años después, el 8 de julio de 1767.
Habían transcurrido solamente tres semanas desde que asumiera dicho cargo, cuando, a través del Virrey de Bogotá, recibió un oficio y una Cédula Real de Carlos III por medio de los cuales se le ordenaba que todos los jesuitas que existieran en Quito y en todos los demás lugares sujetos a la audiencia, fueran hechos prisioneros y luego expulsados irremisiblemente de los dominios de España en América.
En la madrugada del 20 de agosto de 1767, cumplió la orden con grandes consideraciones y miramientos, procurando en todo lo posible suavizar y hacer menos penosa la situación de los religiosos, a quienes brindó todas las facilidades, comodidades y pertrechos para su viaje.
Varios acontecimientos de gran trascendencia ocurrieron durante su mandato, y en todos ellos demostró el noble espíritu y la benignidad que lo distinguió como uno de los mejores y más justos presidentes de la audiencia.
En 1771 tuvo que sofocar una sangrienta sublevación indígena iniciada en el pueblo de San Felipe, en las cercanías de Latacunga, y una vez que fueron capturados los cabecillas, en vez de ordenar su ejecución, como era la costumbre y lo indicaba la ley, los condenó a ser azotados y a trabajos forzados.
A pesar de haber tenido que cumplir con la expulsión de los jesuitas, sus relaciones con el clero y las órdenes religiosas fueron llevadas con gran armonía.
En el año 1778, al terminar su mandato regresó a España para vivir sus últimos días, pues ya tenía setenta años de edad.