Juan Montalvo
Excelso y castizo escritor ambateño nacido el 13 de abril de 1832, hijo del Sr. Marcos Montalvo Oviedo y de la Sra. María Josefa Fiallos y Villacreses.
Sus primeros estudios los realizó en su ciudad natal, luego de lo cual, a los catorce años de edad fue enviado a Quito para continuar sus estudios secundarios en el Convictorio de San Fernando; allí permaneció hasta el año 1848 en que pasó al Seminario de San Luis, donde el 28 de mayo de 1851 rindió su grado de Maestro en Filosofía, equivalente al actual bachillerato.
Ingresó luego a la Universidad Central para estudiar derecho e hizo amistad con Julio Zaldumbide y Modesto Espinoza, quienes como él también brillarían posteriormente en diferentes campos. Poco tiempo después abandonó la universidad y volvió a la ciudad de Ambato, donde se dedicó a profundizar en sus estudios de literatura y filosofía.
Por esa época ya había fundado en Quito el periódico semanal «La Razón» (1848), y los eventuales «El Veterano» (1849), «La Moral Evangélica» (1854) y «El Espectador» (1855).
El 17 de febrero de 1857, el Presidente de la República, Gral. Francisco de Robles, lo designó Adjunto Civil de la Legación del Ecuador en Roma, Italia, a donde partió de inmediato junto con el Dr. Francisco Javier Salazar, secretario de dicha legación.
En su viaje a Europa, antes de llegar a Roma estuvo en París, Francia, donde se desempeñó como Secretario del Ministro Plenipotenciario del Ecuador en dicha ciudad, situación que le sirvió para conocer a famosos y destacados literatos y filósofos de la época, con lo que logró acrecentar y robustecer sus conocimientos literarios.
Luego de visitar Suiza, Italia y Francia, volvió al Ecuador en el año 1860 en momentos en que el Dr. Gabriel García Moreno ejercía la Jefatura Suprema de la República, luego del derrocamiento del Gral. Robles; y en septiembre de ese mismo año dirigió al gobernante una carta «altiva y comedida a la vez», en la que le dio algunas opiniones en cuanto a su gobierno, exponiendo sus puntos de vista y dándole algunos consejos que consideraba necesarios para salvar el honor de la República, que por ese entonces atravesaba momentos muy difíciles. De alguna manera, esta carta fue el inicio de una lucha que habría de sostener con García Moreno durante toda su vida.
En 1866 -luego de que García Moreno terminó su primer período presidencial- publicó «El Cosmopolita», revista de carácter político literario que causó gran polémica, pero de la que sólo circularon cuatro números. Dos años más tarde publicó en Quito dos folletos en contra de Juan León Mera: «El Masonismo Negro» y «Bailar Sobre las Ruinas»; además, cuatro nuevos números de «El Cosmopolita», cuya última edición apareció el 15 de enero de 1869, víspera del cuartelazo con el que García Moreno puso fin al gobierno constitucional del Dr. Javier Espinoza.
Ese mismo año, por su constante oposición y lucha en contra del sistema de gobierno impuesto por García Moreno sufrió su primer destierro político, primero a Ipiales, Colombia, desde donde pasó a Panamá. Fue entonces cuando tuvo la ocasión de estrechar por primera vez la mano de don Eloy Alfaro.
Al poco tiempo realizó un corto viaje por Europa, luego del cual volvió a Ipiales donde permaneció cinco años, desde 1870 hasta 1875. Durante esa época, al tiempo que continuaba combatiendo ferozmente a García Moreno redactó muchos de los «Capítulos que se le Olvidaron a Cervantes», y escribió sus dramas «Jara», «La Leprosa» y «Granja». En 1872 publicó varios folletos como «Fortuna y Felicidad», «Del Orgullo y de la Mendicidad» y «El Antropófago»; en 1873 publicó «Judas» y en 1874 «La Dictadura Perpetua».
Al enterarse del Asesinato de García Moreno, perpetrado el 6 de agosto de 1875, consideró que sus escritos habían influenciado en la conciencia de quienes cometieron el magnicidio y exclamó: «Mi Pluma lo Mató». Ese mismo año publicó el opúsculo «El Ultimo de los Tiranos».
En mayo del año siguiente volvió a Quito, y poco tiempo después publicó el folleto «Del Ministro de Estado», por medio del cual atacó y ocasionó la renuncia de don Manuel Gómez de la Torre, Ministro de Gobierno del Presidente Dr. Antonio Borrero y Cortázar. Ese mismo año publicó los primeros cuatro números de «El Regenerador».
Se trasladó entonces a Guayaquil donde noche tras noche se reunió con el grupo de liberales que tramaban la caída del presidente Borrero; ellos eran, entre otros, Eloy y Marcos Alfaro, Emilio Estrada y Emilio Gallegos Naranjo.
Luego de los combates de Galte y Los Molinos, y con el Gral. Ignacio de Veintemilla en el poder, sugirió la elección de un triunvirato para que gobierne al país y publicó «El Ejemplo es Oro», por medio del cual señalaba y criticaba los errores del gobierno; esto no gustó al dictador, quien a mediados de noviembre de ese mismo año ordenó que sea desterrado a Panamá.
Nuevamente lejos de la Patria, en enero de 1877 publicó el quinto número de «El Regenerador» (Las Leyes de García Moreno y La Reforma), y en marzo volvió a Guayaquil para continuar publicando sus folletos y artículos literarios. El 22 de julio de ese mismo año, con motivo del asesinato del Obispo de Quito, Ilmo. José Ignacio Checa y Barba, publicó la hoja volante titulada «Los Envenenadores del Arzobispo». Posteriormente, desde septiembre de 1877 hasta febrero de 1878 aparecieron seis nuevos números del «El Regenerador», y más tarde publicó los folletos «El Desperezo de El Regenerador», «Caracteres de los Libelistas», «Los Desterrados de Veintemilla», «La Nueva Invasión» y «La Peor de las Revoluciones».
En enero de 1879 editó en Ambato «Los Grillos Perpetuos», y en septiembre de ese mismo año nuevamente fue desterrado a Panamá por orden del Gral. Veintemilla. Al año siguiente, bajo los auspicios de don Eloy Alfaro publicó en Panamá una de sus obras más notables: «Las Catilinarias», por medio de la cual atacó directamente a Veintemilla y a otros gobiernos dictatoriales. Finalmente, evitando continuar bajo el azote de Veintemilla, en octubre de 1881 viajó a radicarse en París, Francia, donde encontró ambiente propicio para desarrollar su brillante inteligencia; por esa época ya había terminado de escribir sus dos geniales obras «Los Siete Tratados» y «Capítulos que se le Olvidaron a Cervantes».
Radicado en París vivió rodeado del respeto y la admiración de los más selectos círculos intelectuales y, especialmente, gozando del aprecio y el respaldo de su amigo y benefactor don Agustín Leonidas Yerovi.
En la primavera de 1888, a causa de un brusco cambio de temperatura sufrió de una grave afección pulmonar que lo mantuvo postrado durante más de un mes. El Dr. León Labbe, médico francés que lo atendía, descubrió que tenía un peligroso derrame pleural, y por medio de dolorosas punciones -que Montalvo soportó estoicamente- le extrajo de la pleura casi un litro de líquido ceroso. Dicho tratamiento produjo una leve mejoría, pero a los pocos días sufrió una nueva recaída que obligó a que fuera internado en una casa de salud. ¡Era necesario operarlo…!
Ya en la sala de operaciones, en momentos en que los médicos se preparaban para anestesiarlo reaccionó valerosamente y dirigiéndose a ellos les dijo: «¡No… En ninguna ocasión de mi vida he perdido la conciencia de mis actos. No teman ustedes que me mueva. Operen como si la cuchilla no produjera dolor….».
«El señor Yerovi su amigo, que presenció la operación, expone que esta «consistió en levantar dos costillas de la región dorsal, después de cortar en una extensión de un decímetro, las partes blandas de la región; dar la mayor dilatación a la herida, mediante pinzas que recogen carnes sangrientas, y luego colocar algo como una bomba que tiene el doble objeto de aspirar los productos del foco purulento e inyectar líquidos antisépticos» …Todo esto duró, agrega Yerovi, cosa de una hora; mientras tanto el enfermo no había exhalado una queja…» (R. Blanco F.- América Libre, Vol. 3 p. 193).
Desgraciadamente la operación resultó inútil, pues la enfermedad había tomado casi totalmente su organismo, por lo que ese mismo día, presintiendo que se acercaba su hora final, pidió ser llevado a su casa.
Al día siguiente le llevaron un sacerdote, y cuando éste le invitó a confesarse, repuso: «No padre, yo no creo en la confesión…» «Piense usted bien -respondió el religioso-, comprenda que va a presentarse delante del Creador…» «Padre -contestó Montalvo- estoy en paz con mi razón y con mi conciencia: puedo tranquilo comparecer ante Dios…», y poco tiempo después añadió: «En mi enfermedad, ni Dios ni los hombres me han fallado…» Ante esta situación, el sacerdote se retiró dejándolo solo.
En la gris penumbra de su habitación, Montalvo se vistió elegantemente -de gala- y se sentó en el más cómodo sillón de su aposento, a esperar la llegada de la muerte. Así lo encontró su amigo el Sr. Yerovi, y viendo que la sorpresa se reflejaba en su rostro, el «Cosmopolita» le dijo: «Cuando vamos a cumplir un acto cualquiera de solemnidad nos engalanamos, lo mismo que cuando esperamos a algún personaje de cuenta. Ningún acto puede ser más importante que abandonar la vida. A la muerte debemos recibirla decentemente…» Luego, tomando las últimas monedas que le quedaban, mandó a que le compren flores. Le llevaron cuatro claveles, pues con sólo cinco francos no alcanzaba para rosas o lirios…
«Poco tiempo después de llegar sus tristes claveles exhalaba el último aliento. Era el 17 de enero de 1889. Murió en el cuarto piso de la casa número 26, rue Cardinet. Así, miserable y altivo, se extinguió aquel claro cerebro; así se rompió una de las más proceras plumas de América» (R. Blanco F.- Idem).
Así abandonó el mundo este hombre que es gloria de las letras ecuatorianas y -por qué no decirlo- de la lengua española, rindiendo su tributo a la suerte de todos los mortales. La plétora de una energía vital inagotable le había acompañado hasta el fin de sus días, para extinguirse de pronto.