Manuela Sáenz
Nació en la ciudad de Quito el 27 de diciembre de 1797, hija del Oidor español don Simón Sáenz de Vergara y de la linajuda dama quiteña doña María de Ayspuru.
Sus primeros estudios los realizó en su propia casa, tal cual era la costumbre quiteña de la época, y posteriormente ingresó al Convento de las Catalinas donde aprendió francés y piano, recibiendo una educación acorde a su alcurnia y situación económica.
A mediados de 1817, por convencionalismos sociales adquiridos por sus padres contrajo nupcias con el Sr. Jaime Thorne (muchos sostienen que era médico, pero el biografista, investigador e historiador, Dr. Fernando Jurado Noboa, dice que eso es cuento y que realmente fue armador naval y comerciante); pero este matrimonio, que no contó con el beneficio del amor, no pudo echar raíces en su corazón, por lo que la incomprensión y el desencanto fueron las únicas copas sentimentales en las que la joven quiteña pudo beber.
Un año más tarde y en un desesperado intento por salvar su matrimonio, el Dr. Thorne la llevó a vivir en Lima, Perú, donde su belleza e inteligencia la convirtieron en el centro de toda reunión y acontecimiento social. Recibió entonces la condecoración de «Caballeresa del Sol», orden instituida por el Gral. José de San Martín para premiar el patriotismo de las mujeres americanas.
En abril de 1822 volvió a Quito acompañada por su padre -justo en los momentos en que el Gral. Antonio José de Sucre estaba por culminar las luchas por la independencia- y el 24 de mayo de 1822, luego de la Batalla del Pichincha, ella -que entregó acémilas y víveres a los patriotas, y junto a todo el pueblo quiteño fue emocionado testigo de la heroica batalla librada en las faldas del volcán- fue una de las primeras en estrechar la mano del vencedor, convirtiéndose de inmediato en amiga personal del joven General.
El 16 de junio de ese mismo año, cuando Simón Bolívar entró por primera vez en Quito, arrojó sobre el héroe una corona de laureles atada con cintas tricolores, que éste agradeció emocionado. Esa misma noche, en una gran fiesta brindada en homenaje a Bolívar, su vida quedó ligada para siempre a la del Libertador.
Abandonó entonces su hogar, vendió todas sus alhajas y se entregó por entero a la causa de la libertad. Acompañó a Bolívar en casi todas las campañas tomando bajo su cargo su archivo personal; acudió a los campos de batalla para estimular a los soldados y curar sus heridas, e inclusive asistió, lanza en mano y junto al Gral. Sucre, a la histórica Batalla de Ayacucho, donde arrancó los bigotes a un enemigo chapetón y los guardó para siempre como un trofeo de guerra.
Convertida en amante, secretaria y confidente, Manuelita vivió junto al Libertador sus momentos de máxima gloria; y cuando la ingratitud apareció en el corazón de los hombres que él había libertado, se convirtió en su más vehemente y leal defensora, y lo que es más importante, más de una vez le salvó la vida poniendo en peligro la suya propia.
En efecto, en Bogotá, cuando el 10 de agosto de 1828 se daba una fiesta de disfraces en honor del Libertador, doce asesinos instigados por el Gral. Santander debían acabar con él a las doce de la noche, pero ella, al enterarse del intento, ingresó al baile burlando la guardia de los asesinos y llamó su atención haciendo que éste la siga; cuando los verdugos quisieron perpetrar el crimen, ya el Libertador había huido. Un mes más tarde, en la misma ciudad, en la negra noche del 25 de septiembre, el Cmdt. Granujo y el Crnel. Guerra -custodio de Bolívar-, junto con veinticinco soldados deciden capturarlo vivo o muerto; nuevamente es ella quien descubre el intento y lo obliga a escapar por una ventana; y los asesinos, al verse frustrados, descargaron su furia homicida sobre la heroína, a quien golpearon hasta casi dejarla sin sentido. Cuando Bolívar regresó, al ver a su amada herida exclamó: «Tú eres la Libertadora del Libertador».
«Todos los generales del ejército, sin excluir a Sucre, y los hombres más prominentes de la época tributaban a la Sáenz las mismas atenciones que habrían acordado a la esposa legítima del Libertador. Las señoras únicamente eran esquivas para con la favorita, y ésta, por su parte, nada hacía para conquistarse simpática benevolencia entre los seres de su sexo»
(Ricardo Palma.- Doña Manuela Sáenz).
Los dos amantes se separaron para siempre en mayo de 1830, cuando Bolívar renunció a la Presidencia de Colombia; pero ella continuó defendiéndolo de los ataques de sus enemigos publicando para el caso «La Torre de Babel», obra que ocasionó que fuera perseguida y tomada prisionera.
En 1834 -cuando ya Bolívar había muerto- fue desterrada de Colombia por el Gral. Santander, y en octubre del año siguiente también tuvo que abandonar el Ecuador por orden del presidente Dr. Vicente Rocafuerte.
Pasó entonces a vivir en Paita, Perú, donde recibió la visita de grandes personalidades como el italiano Garibaldi, el maestro de Bolívar, don Simón Rodríguez; y los ecuatorianos Pedro Moncayo y Gabriel García Moreno.
Pobre y condenada a una silla de ruedas a causa del reumatismo, «La Libertadora del Libertador» murió en Paita víctima de una peste de difteria, a las seis de la tarde del 23 de noviembre de 1856.