Piratas en Guayaquil
“Sobre los ataques y las sorpresas al puerto de Guayaquil, que durante el período colonial llevaron a cabo corsarios y piratas, se ha escrito bastante y desbarrado más, confundiéndose lastimosamente el número de invasiones, sus resultados, los años y fechas que tuvieron lugar, los nombres de los defensores de la plaza y de los jefes asaltantes. Hay quienes hacen llegar a Guayaquil a casi todos los aventureros que pasearon sus velas por el Pacífico. Y nos hablan, de Drake, quien nunca estuvo en Guayaquil y solo se detuvo en la isla de La Plata para repartir el botín que había hecho frente a las costas de Chile y Perú (1578) y de Ricardo Achines que viniendo del Estrecho, no alcanzó nuestras aguas…” (J. Gabriel Pino Roca.- Leyendas Tradiciones y Páginas de Historia de Guayaquil; Invasiones Piratas).
Así las cosas, resulta que Guayaquil, a pesar de haber sufrido varios ataques por parte de piratas y filibusteros que merodeaban por los puertos de esta parte del Pacífico, pudo salvarse -gracias a Dios y a su “buena suerte”- de sufrir la presencia de los terribles y sanguinarios Harris, Coxon, Swakins y Sharp; y de los corsos Drake y Morgan quienes, al servicio de su majestad Británica, asolaron las colonias y atacaron a las naves españolas para arrebatarles sus riquezas.
Pero si bien es cierto que ni Sir Francis Drake ni ninguno de los nombrados anteriormente nos “visitó”, Guayaquil no pudo evitar la presencia de otros corsarios y piratas como el inglés Cavendish, quien en 1587 al intentar asaltar la ciudad fue repelido valerosamente por los guayaquileños, y del holandés Jacob L’Hermite, quien en 1624 propició dos sangrientos ataques a nuestra ciudad.
Afortunadamente las autoridades conocieron anticipadamente la presencia en nuestras aguas de la escuadra de L’Hermite, y gracias a las precauciones dispuestas por el Corregidor don Diego de Portugal -quien ordenó que todas las joyas y objetos de valor fueran sacados de las iglesias, casas y almacenes, y llevados a un lugar apartado y seguro, junto con las mujeres y los niños- la ciudad pudo ser defendida heroicamente por los guayaquileños que, aunque sufrieron terribles pérdidas en vidas humanas, rechazaron a los invasores obligándolos a abandonar las aguas del golfo. Lamentablemente gran parte de la ciudad fue destruida por incendios provocados por los invasores.
En 1684 Guayaquil sufrió nuevamente el asedio de los piratas: Esta vez fueron tres sanguinarios hombres quienes juntaron sus fuerzas para atacar la ciudad: el flamenco Eduardo David, el ingles Swan y el terrible William Dampier, también ingles. En esta ocasión, le correspondió al Corregidor don Domingo de Iturri organizar la defensa de la ciudad. Iturri era un militar experimentado y astuto que dispuso adecuadamente los cañones y las trincheras de la ciudad para repeler a los invasores, y gracias a una estrategia bien planificada, los guayaquileños a su mando lograron una vez más detener los intentos saqueadores de los piratas, que tuvieron que retirarse sin lograr sus objetivos.
Tres años más tarde nuevamente se presentaron los piratas en Guayaquil: Esta vez se trataba de una poderosa escuadra al mando del ingles George D’Hout y de los franceses Picard y Grogniet. Guayaquil vivió entonces momentos terribles, pues el Corregidor -Fernando Ponce de León- no creyó en los avisos que llegaron desde la península anunciando la presencia de la escuadra filibustera, y al no tomar las precauciones necesarias la ciudad fue sorprendida indefensa y arrasada por parte de los asaltantes, que la saquearon e incendiaron sin misericordia, asesinando a todos los que se ponían a su paso. En esa ocasión, como parte del botín los piratas secuestraron a un gran número de mujeres, por quienes pidieron luego un rescate consistente oro, harina de trigo y vino.
Cuando los invasores por fin se retiraron, los guayaquileños estudiaron la posibilidad de cambiar el asentamiento de la ciudad y fortificarla de la mejor manera para evitar un nuevo desastre.
El último ataque a nuestra ciudad lo llevaron a cabo los ingleses Woodes y Roggers, quienes -armados en corso y con el permiso de S.M. Británica- contrataron los servicios del experimentado aventurero Guillermo Dampier, y al mando de una fuerte escuadra se presentaron en el golfo de Guayaquil a principios de mayo de 1709. Nuevamente la desidia y el quemeimportismo de las autoridades facilitó las cosas a los invasores, que llegaron hasta la ciudad sin encontrar resistencia.
Cinco días permanecieron en los piratas saqueándola y dedicándose a toda clase de pillerías. No hubo casa que no fuera revisada totalmente, y hasta las tumbas fueron violadas con el convencimiento de que los muertos pudieran haber sido enterrados con alguna joya u objeto de valor.