Batalla de Tarqui
A finales de 1827, la República de Colombia -integrada entonces por los territorios actuales de Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador- había entrado en una etapa de disgregación, y aunque el Libertador Bolívar luchaba por mantenerla unida, poco a poco su estructura había empezado a deteriorarse.
Al tiempo que esto sucedía, en los primeros meses de 1828 varios sucesos militares y políticos crearon graves tensiones entre Colombia y Perú, y pusieron a ambos estados al borde de la guerra (el Ecuador aún no existía como estado independiente); uno de ellos, el principal, fue la toma, por parte del Perú, de la provincia de Jaén y parte de la de Mainas, que pertenecían a Colombia.
Fue entonces que -con fecha 3 de marzo de 1828- Bolívar envió al gobierno peruano su determinante ultimátum: “…si dentro de 6 meses contados desde la fecha, no hubieses puesto el Perú a las órdenes del Intendente del Azuay la provincia de Jaén y parte de Mainas que requiere del gobierno de Colombia, creería no sólo que el Perú lo hostiliza, sino que ha dejado la decisión a la suerte de las armas…”
No esperó el Perú a que se cumpliera el plazo dispuesto por Bolívar, y el Congreso en pleno -por decreto de 17 de mayo de 1828- ordenó al presidente Lamar que conteste al ultimátum colombiano exponiendo y defendiendo los derechos del Estado, y que disponga además que tanto el Ejército como la Armada se preparen para iniciar la guerra que se venía venir.
Fue así que el 31 agosto la escuadra peruana intentó implementar un bloqueo naval al golfo de Guayaquil, para lo cual envió a la corbeta “Libertad”, poderosamente armada. Ante esta situación, el Capitán de Navío Tomás Carlos Wrigth salió al encuentro del invasor al mando de las corbetas “Guayaquileña” y “Pichincha”, y a la altura de “Punta Malpelo”, cerca de Tumbes, venció a la nave peruana que quedó totalmente desmantelada.
Pocos meses después -el 22 de noviembre- toda la flota peruana se presentó frente a Guayaquil, y sin previo aviso descargó sobre la indefensa ciudad una mortífera lluvia de metralla.
Los guayaquileños enfrentaron a los atacantes con heroico valor; sin embargo, el denodado esfuerzo desplegado en la ciudad para su defensa no fue suficiente para mantener su autonomía, y el 19 de enero de 1829 -ante el poder de fuego de los atacantes- tuvo que firmar su rendición y aceptar la ocupación militar peruana.
A pesar de todo, el precio que debió pagar el Perú fue muy alto: la destrucción de varias de sus naves y la muerte del Vicealmirante Guise.
Mientras Guayaquil era sometida por la armada peruana, el Gral. José Domingo de Lamar, como Presidente del Perú, marchaba ya con sus tropas para iniciar la invasión del Departamento del Sur.
Sus intenciones ya eran conocidas por Simón Bolívar, quien conocía el texto de una carta que el Gral. Heres había enviando al Gral. Urdaneta, en la que le decía: “Voy descubriendo aquí cosas muy buenas, en una mesa pública, brindando Lamar por Santander, añadió que venían llamados por él, que había sugerido los planes de invasión. La intención era ir hasta Juanangú, convocar un Congreso en Quito, y separar el Sur con el título de República del Ecuador. La Mar debía ser Presidente como hijo del Azuay, y Gamarra del Perú, reuniéndole a Bolivia” (Cartas del Libertador.- tomo 8, p. 286 y siguientes- V. Lecuna).
En efecto, las intenciones de Lamar eran las de cumplir con un patriótico anhelo de José Joaquín Olmedo, Vicente Rocafuerte y otros notables guayaquileños: La creación de un Estado Independiente -la República del Ecuador- que sería integrada por los territorios que habían pertenecido a la Real Audiencia de Quito.
En los primeros días de enero de 1829 Lamar llegó con sus fuerzas hasta el portete de Tarqui, al sur de Cuenca, donde se preparó para avanzar sobre la ciudad.
Venía al mando de una poderosa fuerza de 8.000 hombres, integrada por tres divisiones cuyo Comandante en Jefe era el Mariscal Agustín Gamarra: la primera estaba conformada por los batallones “Primero de Ayacucho” y “No. 8”, a las órdenes del Gral. José María Plaza; la segunda, comandada por el Gral. Blas Cedeño, la integraban los batallones “Sepita” y “Pichincha”; y la tercera, formada por el “Segundo de Ayacucho” y el “Callao”, estaba bajo el mando del Gral. José Prieto. Este gran ejército se complementaba con la presencia de un regimiento conformado por Húsares, Granaderos y Dragones al mando del Cmdte. Manuel Vargas.
Para entonces y mientras Guayaquil permanecía bajo el imperio del militarismo peruano, el Gral. Flores se había trasladado desde Quito hacia Cuenca al mando de un ejército de 4.000 hombres, donde esperó la llegada del Gral. Antonio José de Sucre a quien Bolívar le había encargado que asuma el mando, y juntos planificaron la estrategia para enfrentar al ejército invasor.
Luego de varias escaramuzas y enfrentamientos en diferentes lugares de la región, al no tener respuesta favorable a sus propuestas de conciliación, Sucre y Flores se prepararon para la gran batalla. Los dos generales conocían la inmensa superioridad numérica de las fuerzas peruanas; ante esta situación, sólo había un camino por seguir: Unir el valor a la estrategia.
Y así fue: Las fuerzas colombianas conformaron dos divisiones: la primera, formada por los batallones “Rifles”, “Cazadores del Yaguachi”, y “Caracas”, y los escuadrones 2 y 4 de Húsares, al mando del Crnel. Luis Urdaneta; y la segunda integrada por los batallones “Cedeño”, “Quito”, “Pichincha” y “Cauca”, con los granaderos de caballería “3ro. de Húsares” y “Dragones del Istmo”, bajo las órdenes del Crnel. Arturo Sandes.
La histórica batalla -que se libro el 27 de febrero de 1829- fue sangrienta y llena de demostraciones de heroísmo por ambas partes; pero la presencia de Sucre, la estrategia y el coraje de Flores, y la determinación de sus soldados, dieron poco a poco sus frutos. Los peruanos fueron derrotados en todos los frentes y obligados a replegarse en franca retirada hacia los desfiladeros de la meseta de Tarqui, hasta que en un “sálvese quien pueda” huyeron en desbandada.
Ese día los peruanos perdieron dos mil quinientos hombres entre muertos, heridos, prisioneros y desaparecidos; muchas armas, municiones, banderas y gallardetes. El ejército colombiano sólo tuvo ciento cincuenta y cuatro bajas y doscientos seis heridos.
«El general Flores fue ascendido en el propio campo de batalla a General de División; igualmente el coronel O’Leary a General de Brigada. Sucre jamás abusó de la victoria, todo lo contrario, instruyó a sus comisionados una inteligente negociación de paz, de conformidad con las bases de Oña. No obstante tanta generosidad, los peruanos rehusaban: como la noche caía y la situación se complicaba, Sucre lanzó el respectivo y apremiante ultimátum… Entre tanto, dispuso los honores, ascensos y recomendaciones. Ordenó que se levantara en el campo de Tarqui una columna de jaspe con la siguiente leyenda: «El ejército peruano de ocho mil soldados que invadió la tierra de sus libertadores, fue vencido por cuatro mil bravos de Colombia, el 27 de febrero de 1829»
(J. Gonzalo Orellana.- La Batalla de Tarqui; Historia del Ecuador, tomo V, p. 202, Salvat).
Al día siguiente, muy cerca del campo de batalla, se firmó el Tratado de Girón.