Revolución Liberal
Fue la culminación de un largo proceso histórico y reformista que se inició el 17 de julio de 1851 cuando el Gral. José María Urbina derrocó al gobierno del Sr. Diego Noboa y proclamó su Jefatura Suprema, para de inmediato poner en práctica sus ideas innovadoras eminentemente liberales: la principal de ellas, la manumisión de los esclavos, que fue decretada en la Casa de Gobierno de Guayaquil el 25 de julio de ese mismo año.
“...El Ecuador adquirió así el procerato de la defensa de los derechos humanos en América. La figura de Urbina por esta sola causa, que no fue la única, merece especial mención entre los estadistas que reaccionaron contra las fuerzas endémicas que ataban al país a un pasado ominoso, impulsando la conquista de nuevas fases más aptas para la convivencia social”
(Carlos de la Torre Reyes.- Piedrahita: Un Emigrado de su Tiempo, p. 115).
Posteriormente vinieron varios gobiernos conservadores y finalmente el del Gral. Ignacio de Veintemilla, que fue derrocado en 1883 por un movimiento nacional “Restaurador” que agrupó a liberales y a conservadores.
Se formó entonces un gobierno pluripartidista que estuvo integrado por los principales dirigentes políticos de la sierra, casi todos ellos identificados con el conservadorismo; al año siguiente se integró un Pentavirato que incluyó también a los líderes liberales; y finalmente se pasó a elegir Presidente de la República, dignidad que recayó en la persona del Dr. José María Plácido Caamaño, que inició en el Ecuador el período llamado del «Progresismo».
A pesar de haber sido piezas fundamentales en el derrocamiento de Veintemilla, Eloy Alfaro y el liberalismo costeño fueron marginados de la política y de las altas esferas del Poder, pues se estableció en Quito un terco e intransigente gobierno que olvidó y descuidó totalmente las aspiraciones e inquietudes de los pueblos de la costa.
Ante esta situación, el 15 de noviembre de 1884 estalló un nuevo movimiento revolucionario -esta vez en contra del gobierno de Caamaño- y mientras en la provincia de Los Ríos se iniciaba la Revolución de los Chapulos, Alfaro vino desde Panamá y a bordo del “Alajuela” enfrentó a las naves del gobierno en el célebre Combate Naval de Jaramijó. En ambos casos el triunfo favoreció a las fuerzas del gobierno, por lo que los liberales tuvieron que alejarse del escenario político durante algunos años.
En estos movimientos revolucionarios tuvo particular participación el campesinado costeño y varios sectores del pueblo, que querían participar para exigir al gobierno reivindicaciones sociales, pues desde el nacimiento de la República, en 1830, habían sido marginados.
En efecto, ya desde esos años se habían iniciado en el agro costeño varios movimientos de carácter reivindicatorio llamados “montoneras”, conformados por una heterogénea mezcla de campesinos, pequeños agricultores y trabajadores agrarios en general, que cansados de los atropellos y actos de despojo propiciado por los grandes hacendados y algunas autoridades, decidieron organizarse para -bajo principios liberales- iniciar la resistencia popular (1)
Y fue precisamente Alfaro quien -comprendiendo la realidad social y económica que vivía el pueblo ecuatoriano- se unió a él y tomó la bandera de la lucha mucho más allá de lo que proponían los liberales teóricos, pertenecientes muchos de ellos a las clases más pudientes, sean estos comerciantes o propietarios de las grandes haciendas.
Se convirtió entonces en líder del movimiento Liberal-Radical, y aún desde el destierro continuó conspirando para combatir, no solo al gobierno de Caamaño, sino también a los posteriores que fueron presididos por el Dr. Antonio Flores Jijón y el Dr. Luis Cordero, que terminó abruptamente debido al escándalo llamado de la “Venta de la Bandera”.
En efecto, “bajo la convocatoria liberal, gentes de las más diversas tendencias empezaron a formar Asambleas y Juntas Cívicas en varias ciudades del país, para juzgar la conducta oficial y condenar al gobierno. La primera se dio en Guayaquil, el 9 de diciembre de 1894, y constituyó un formidable acto de masas en el que se condenó la política oficial. Cuatro días más tarde, Quito tomó la posta y organizó una gran manifestación de protesta, que fue disuelta por la fuerza pública; a continuación, el gobierno decretó el estado de emergencia para la capital”
(Jorge Núñez Sánchez.- El Ecuador en el Siglo XIX, p. 151).
Nuestro país -subyugado política y socialmente por el poder que la iglesia católica ejercía sobre el gobierno, y por el predominio de conceptos políticos que por “conservadores” impedían el desarrollo nacional procurando mantener viejas estructuras colonialistas- necesitaba urgentemente de un cambio radical que estremeciera los cimientos y la conciencia nacional. Fue por eso que Pedro J. Montero en Milagro, Manuel Serrano en El Oro, Carlos Concha en Esmeraldas, y otros líderes como Plutarco Bowen y Enrique Valdez Concha, entre otros, en diferentes regiones de la costa, se levantaron en armas en contra de un gobierno al que consideraban corrupto.
Derrocado el gobierno del Dr. Luis Cordero, el 17 de abril de 1895 asumió el poder el Dr. Vicente Lucio Salazar, quien respaldado por el partido conservador -que se había adueñado del poder en Quito- trató de afianzarse con el apoyo de prestantes ciudadanos y un ejército fuerte que contaba con adiestradas y numerosas tropas.
En los primeros días de junio la situación en Guayaquil había tomado características alarmantes; la ciudad estaba sitiada por revolucionarios liberales que -desde diferentes regiones de la costa- habían llegado a ella en busca de un respaldo ideológico que le permitiera acceder al poder, en base a propuestas políticas reivindicadotas.
Entonces y para no dejarla desamparada, el jefe de las fuerzas militares acantonadas en la ciudad -Gral. Reinaldo Flores- anunció su retiro del mando resignando el poder a una Junta de Notables integrada por destacadas personalidades de la ciudad, que eligió como Jefe Civil y Militar de la provincia al Sr. Ignacio Robles.
En la mañana del 5 de junio, una Asamblea Popular convocada para el caso, desconoció al gobierno del Dr. Vicente Lucio Salazar, y proclamó de inmediato la Jefatura Suprema de don Eloy Alfaro, que se encontraba en Nicaragua, víctima del ostracismo.
Alfaro llegó el 18 del mismo mes: Su presencia conmocionó a toda la ciudad que se volcó al malecón para esperarlo, pues se había anunciado que su arribo -a bordo del vapor alemán Pentaur- sería pasadas las seis de la tarde, y allí estuvieron todos para recibirlo y aclamarlo. Fue una fiesta cívica como jamás se había visto, y que convocó a las personalidades más relevantes, significativas y representativas de todo el país, no sólo alfaristas y liberales, sino también miembros y simpatizantes de otros partidos políticos.
Al día siguiente asumió oficialmente la Jefatura Suprema de la República y conformó el primer gabinete liberal que estuvo integrado por prestantes ciudadanos guayaquileños.
Comprendiendo que la revolución ideológica gestada en Guayaquil debía extenderse a toda la República, Alfaro envió Comisiones de Paz a Quito y Cuenca, buscando un arreglo político que permitiera las reformas liberales, aun a costa de hacer notorias concesiones. “Pero la oligarquía conservadora de la sierra se mostró soberbia y prepotente, negándose a todo acuerdo de pacificación”
(Jorge Núñez Sánchez.- El Ecuador en el Siglo XIX, p. 161).
Ante la negativa serrana, Alfaro se preparó para la lucha armada, organizando sus fuerzas con las juventudes guayaquileñas, algunas montoneras y miembros del ejército que habían sido olvidados, relegados y mal pagados. Al mismo tiempo, en Quito, el gobierno de Vicente Lucio Salazar reunía y preparaba al ejército regular para enfrentar a los insurgentes.
Poco tiempo después, Alfaro y sus ejércitos marcharon hacia el interior en una fulminante campaña militar que culminó con las batallas de Chimbo, Socavón y Gatazo, en las que sus fuerzas destrozaron a los batallones del gobierno. Pudo entonces entrar triunfalmente en Quito, el 4 de septiembre, donde fue recibido apoteósicamente por el pueblo y las personalidades más importantes de la ciudad.
Así, con altísimos principios ideológicos, pero también con el arma al brazo, luchando en los foros con el mismo ímpetu que en los campos de batalla, se instauró el liberalismo en el Ecuador para iniciar un período de verdaderas reformas políticas, sociales y económicas en beneficio de todos los pueblos de la patria.
La Revolución Liberal marcó el inicio de una nueva era en la política ecuatoriana, no fue simplemente un golpe de estado, fue un proceso de transformaciones sociales, económicas y políticas, que se produjeron como consecuencia de la promulgación de importantes decretos y leyes. Ella estableció la educación laica pública y obligatoria, dispuso que la mujer pueda acceder a la universidad, incorporándola además al servicio público permitiéndole trabajar en ciertas dependencias del Estado; decretó la libertad de cultos, expidió las leyes de matrimonio civil y del divorcio, eliminó la tributación indígena y unificó al país a través del ferrocarril.
Su gran líder fue el Gral. Eloy Alfaro, quien luchó incansablemente no solo para redimir a todos los ciudadanos sino, además, para unificar y darle identidad nacionalista al Ecuador.
(1) Jorge Núñez Sánchez.- El Ecuador en el Siglo XIX, p. 149
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