Rumiñahui

Caudillo indígena de cuyos orígenes muy poco se sabe. No fue hijo de Huayna-Cápac, como mucho se ha sostenido, ni tío de Atahualpa -de quien fue comandante de su guardia personal-, ni nieto del Ati Pillahuazo de Píllaro. “Rumiñahui tampoco fue un shyri quiteño pero sí un inca quiteño, posiblemente de origen cuzqueño y cuyos padres o él vinieron con Huayna-Cápac, en calidad de mitimaes…” (Tamara Estupiñán Viteri.- Tras las Huellas de Rumiñahui, p. 98).

Rumiñahui, cuyo nombre significa «Cara de Piedra» (del Quichua rumi=piedra, ñahui=ojo) (x), sirvió a Atahualpa con valor e intrepidez, y junto a Quisquís y Calicuchima lo acompañó durante la guerra que libró contra Huáscar, siendo el principal baluarte del triunfo en la histórica Batalla de Quipaipán, que convirtió a Atahualpa en el único soberano del Tahuantinsuyo.

Estuvo con Atahualpa -el 16 de noviembre de 1532- cuando este fue a Cajamarca para reunirse con Francisco Pizarro, pero no entró con el Inca y se quedó junto al grueso del ejército en las afueras de la ciudad. Posteriormente y obedeciendo al mandato de Atahualpa, regresó a Quito dejando -sin que esa haya sido su intención- sin protección militar al soberano (2).

Al llegar a Quito anunció que traía poderes del Inca para gobernar durante su cautiverio, y asumió actitudes dictatoriales para doblegar a quienes lo rechazaron: Castigó con dureza y energía a los pueblos que no aceptaron su mandato, y aprovechando los poderes que fingía tener hizo que se le entregasen todos los tesoros y riquezas que poseían el reino y la ciudad.

Poco tiempo después, cuando llegaron las órdenes de Atahualpa pidiendo los tesoros para pagar su rescate, se negó a entregarlos señalando que de nada serviría hacer el pago, pues de todas maneras el Inca sería asesinado. Ante esta situación, Quilliscacha (el Inca Illescas) tomó los tesoros personales que pertenecían al soberano y marchó al Perú para pagar su rescate.

Antes de finalizar 1533, al conocer en Quito la noticia del asesinato de Atahualpa, salió a recibir el cadáver del soberano con expresivas muestras de dolor. Posteriormente y fingiendo querer consolarlos, preparó un gran banquete al que asistieron las personalidades más importantes de la ciudad, y, lógicamente, toda la familia del inca asesinado.

Luego de darles de beber abundante «chicha» para que se embriaguen, ordenó a sus cómplices que pasen a cuchillo a toda la familia real. A Quilliscacha lo hizo asesinar al último para que pueda presenciar cómo era victimada toda la familia, y ordenó luego que con su piel se construya un tambor de guerra que debía lucir, como adorno, la cabeza embalsamada de la víctima.

Llamó entonces a Zopozopangui y a otros jefes quiteños con los que logró reunir un ejército de doce mil guerreros con los que marchó a enfrentar a los españoles que, después de asesinar a Atahualpa, iniciaban la conquista de Quito.

Luego de una serie de escaramuzas y enfrentamientos menores, a mediados de 1534 libró la feroz y sangrienta Batalla de Tiocajas, donde sus fuerzas fueron vencidas por doscientos españoles al mando de Sebastián de Benalcázar, quien contó además con la ayuda de casi once mil indios cañaris que nunca aceptaron el dominio de los quiteños y menos aún el de Rumiñahui.

 

Hubo momentos, en esta sangrienta batalla, en que los españoles estuvieron a punto de sucumbir, pero la noche los protegió con sus sombras. Fue entonces que se produjo la violenta erupción del volcán Cotopaxi (antes se creía que había sido el Tungurahua) y los incas quiteños, creyendo que se trataba de una expresión de enojo de sus dioses, se desbandaron espantados abandonando el campo de batalla, situación que fue aprovechada por los conquistadores para lograr la victoria.

Luego de la batalla Benalcázar le envió un mensajero ofreciéndole amistad y alianza, pero éste, en vez de aceptar, asesinó al mensajero y se retiró hacia Quito arrasando a su paso hasta las más humildes chozas que encontraba en su camino.

Al llegar a Quito procedió también a destruirla: Sacó los ídolos y joyas de los templos, el oro, las piedras preciosas, cerca de cinco mil indias jóvenes y lo más selecto de la aristocracia, y luego de incendiarla y arrasarla casi totalmente, la abandonó y huyó a refugiarse en las más altas montañas.

A finales de 1534, luego de largos meses de haber atacado y hostilizado a los españoles, fue finalmente acorralado cerca de la región de Píllaro, pero, como no estaba dispuesto a dejarse capturar, desde una alta peña se arrojó a los abismos, intentando suicidarse. Sólo así, golpeado y mal herido, pudieron los soldados españoles Checa y Valle tomarlo prisionero.

Conducido a Quito fue sometido a horribles torturas para obligarlo a revelar el lugar en donde había escondido los tesoros del reino. A las preguntas de sus verdugos, respondía señalando sitios lejanos e inaccesibles adonde los españoles se trasladaban velozmente para escarbar con codicia la tierra y encontrar siempre lo mismo… ¡Nada!

En medio de crueles tormentos, Rumiñahui burló continuamente a sus captores, hasta que en la mañana del 10 de enero de 1535 fue finalmente ahorcado junto a otros célebres generales quiteños como lo fueron Zopozopangui, Quingaluma y Razo-Razo.

 

(1) Cieza de León, en sus Crónicas del Perú nos dice: “…significa ojo de piedra, porque “rumi” llaman piedra y “ñavi” ojo”. Por su parte, Octavio Cordero Palacios dice: «Nuestro indio, y nosotros con él, decimos ñaui por rostro, no por ojo».

(2) Luís Andrade Reimers.- “La Verdadera Historia de Atahualpa, p. 98.