Sebastián de Benalcázar
Aventurero y conquistador español nacido en el año 1490 en lo que era el mísero pueblo de Benalcázar, en la provincia de Córdoba, y en donde todos los habitantes llevaban el apellido Moyano, razón por la cual -y para diferenciarse- lo cambió por el de su pueblo natal.
Habiendo quedado huérfano desde muy temprana edad, toda su juventud la vivió bajo el cuidado de uno de sus hermanos mayores, dedicado, como todos los de su pueblo, a realizar labores del campo.
Había cumplido los diecisiete años de edad, cuando volviendo a su casa -luego de terminada su tarea-, el jumento que le servía de transporte para llevar su carga se negó a caminar, por lo que lleno de impotencia lo golpeó de tal manera que le ocasionó la muerte. Temeroso de ser castigado huyó de su casa y se trasladó a vivir en Sevilla, donde se alistó en la expedición que estaba organizando Pedrariasy escapó a América.
Llegó a la isla de Santo Domingo el año 1507, y posteriormente pasó a radicarse en Panamá donde permaneció varios años como Encomendero, participando además en varias expediciones de conquista y colonización. Fue por esa época que trabó amistad con dos hombres con quienes escribiría importantes páginas de la conquista: Francisco Pizarro y Diego de Almagro.
“Estuvo con Francisco Pizarro entre los fundadores de Panamá, y con Pizarro apadrinó el bautizo del hijo de Diego de Almagro. Pasó a Nicaragua en 1524, militando bajo la bandera de Francisco Hernández de Córdova; allí resultó electo primer Alcalde de León…”
(Andanzas de Cieza por Tierras Americanas).
Justamente era Alcalde de León cuando en 1531 fue llamado por sus dos amigos, Pizarro y Almagro, quienes lo invitaron para que junto con ellos tomase parte en la conquista del Perú. Resuelto a participar en dicha empresa compró un navío, y con treinta soldados y seis caballos se hizo a la vela para arribar poco tiempo después a las playas de San Mateo, en la costa ecuatoriana, donde se juntó con Pizarro para continuar su aventura de conquista.
Con Pizarro estuvo presente en la fundación de San Miguel de Chira o Tangarara(hoy Piura), y más tarde asistió en Cajamarca a la captura de Atahualpa. “En el reparto de oro y plata del rescate de Atahualpa le tocó la suma de 9.900 pesos de oro, más unos 407 marcos de plata”
(O. E. Reyes.- Breve Historia General del Ecuador, tomo I, p. 171).
Más tarde Pizarro lo nombró con el cargo de Teniente de Gobernador de la ciudad de San Miguel de Piura, pero como dicho nombramiento no satisfacía sus aspiraciones, poco tiempo después organizó una expedición para marchar sobre los territorios de Quito, que eran de donde suponía había venido el oro de Atahualpa.
Benalcázar emprendió la campaña contando para el caso con alrededor de doscientos soldados de infantería y cerca de sesenta de caballería, y luego de atravesar la región de los Paltas, en Loja, a fines de enero de 1534 asentó sus reales en las ruinas de Tomebamba -destruida por Atahualpa cuando la sangrienta lucha contra su hermano Huáscar-, donde logró el respaldo de los bravos Cañaris, que tenían como caudillo al bizarro cacique Chaparra.
En su marcha hacia los territorios de Quito tuvo que desarrollar toda su capacidad organizadora y militar para poder vencer la brava resistencia de los generales indígenas que los acosaron y atacaron en todos los caminos. En efecto, Rumiñahui,Quisquís y Calicuchima se opusieron y obstaculizaron heroicamente sus pretensiones de conquista, y sólo los pudo vencer gracias a la ventaja que les daban los caballos y las armas de fuego, y por la codicia de oro y ambición de gloria que caracterizó a los conquistadores españoles.
La batalla final tuvo lugar en los campos de Tiocajas -al norte de la provincia de Chimborazo- en julio de 1534, donde 12.000 combatientes quiteños, bajo el mando de Rumiñahui, fueron derrotados por 200 españoles apoyados por 11.000 cañaris; pero lo que determinó el triunfo de los conquistadores fue la violenta y terrible erupción del volcán Cotopaxi, que fue tomada por los supersticiosos aborígenes como una expresión de enojo de sus dioses, por lo que atemorizados emprendieron la retirada.
Prosiguió entonces su avance hacia la ciudad capital del reino de Atahualpa -a la que según Jacinto Jijón y Caamaño llegó el 22 de junio de 1534- y luego de permanecer en ella buscando oro por aproximadamente diez días, continuó haciaCaranqui y otros poblados más del norte.
Era Benalcázar “tenaz en perseguir las conveniencias personales; ambicioso de honra; codicioso de poder y dinero; disimulado para ocultar el fin de sus actos; hipócrita para cubrir con fingido manto la meta de sus acciones; prudente al templar el terror con el halago; más inclinado a contemporizar con los subalternos que a obligarles a vivir con justicia; riguroso en exigir obediencia, pero más amigo de obtener cooperación voluntaria que sumisión forzada; de pocos o escasos escrúpulos sobre todo cuando de los derechos, conveniencias o bienestar de los indios se trataba; …nulo en letras y cultura, mas de clarísimo ingenio; cuerpo de acero: Fuerza hercúlea y valor a toda prueba”
(J. Jijón y Caamaño.- Sebastián de Benalcázar, Quito 1934).
Poco tiempo después debió suspender su aventura de conquista cuando llamado por Almagro tuvo que regresar a la llanura de Cicalpa, donde el 15 de agosto de 1534 estuvo presente en la fundación de la ciudad de Santiago de Quito (hoy Guayaquil), asistiendo también, el 28 del mismo mes, a la fundación de la “Villa” de San Francisco de Quito (hoy Quito).
Luego de fundar San José de Chimbo y cumpliendo con lo dispuesto por Almagro en las respectivas actas de fundación, en septiembre trasladó la “ciudad” de Santiago a Chilintomo, y el 6 de diciembre estableció de manera definitiva la “villa” de San Francisco de Quito, en el mismo lugar en el que había estado situada la antigua capital de los Quitus, es decir, en el lugar que hoy ocupa.
En 1535 se trasladó nuevamente a la costa, y continuando con su misión de conquista y colonización trasladó una vez más la “ciudad” de Santiago, y la levantó cerca de la desembocadura del río Babahoyo, en el punto llamado estero de Dimas.
Una vez que hubo establecido sólidamente las bases de la conquista y colonización en las tierras de Quito, Benalcázar partió hacia el norte en busca del fabuloso “El Dorado”. Por supuesto que nunca logró encontrar el quimérico país, pero en cambio, para su gloria, continuó fundando ciudades como Pasto, Cali, Popayán, y otras.
A fines de 1539 volvió a España luego de 32 años de ausencia. Allí recibió muchos honores y prebendas, y permaneció durante dos años hasta volver nuevamente a América en 1541.
Ejercía el cargo de Gobernador de Popayán cuando su espíritu aventurero lo llevó a auxiliar al virrey Blasco Núñez de Vela, que marchaba en busca de Gonzalo Pizarro que se había rebelado en contra del Rey de España. Participó entonces en la sangrienta batalla de Iñaquito en el año 1546, donde fue derrotado y sufriendo graves heridas estuvo a punto de morir en manos del propio Pizarro.
Al año siguiente volvió a partir acompañando al “Pacificador” don Pedro de la Gasca hasta el corazón del Perú, donde intervino en la captura y ajusticiamiento de Gonzalo Pizarro.
Seguidamente retornó nuevamente a Popayán, donde por un problema de posesiones territoriales y abusando de su autoridad como gobernador, hizo ejecutar a su enemigo personal el mariscal Jorge Robledo, situación que fue aprovechada por sus enemigos que lo acusaron ante la justicia hasta lograr que fuera condenado a muerte, pero en homenaje a sus servicios, el juez le concedió la gracia de apelar a la Corte.
Despojado de sus grandes riquezas, y privado de todos los honores y cargos, partió con destino a España, pero tuvo que interrumpir su viaje al ser sorprendido por fiebres malignas en la ciudad de Cartagena de Indias.
Finalmente, el jueves 30 de abril de 1551, Sebastián de Benalcázar, conquistador, aventurero, colonizador y fundador de importantes ciudades, murió solo, abandonado y en la más absoluta pobreza, a tal punto que su antiguo enemigo, don Pedro de Heredia, en un gesto de españolísima hidalguía, costeó su entierro y guardó luto por él.
“Considerada la conducta del conquistador de Quito, a la luz de la moral cristiana, no puede ser alabado sin grande reserva. Constante en las empresas que acometía, esforzado para llevarlas a cabo, incansable en buscar siempre otras nuevas, recorrió distancias inmensas, descubriendo provincias de muy diversos climas, habitadas por naciones y tribus innumerables; jamás le rindió el trabajo, ni le acobardaron los peligros: La adversidad no le quebrantó y su ambición no moderada le condujo a cometer crímenes que deshonran su memoria: Para tener gratos a los soldados les permitía toda clase de excesos, y para con los desgraciados indios se mostró muchas veces cruel e inhumano. Sin estas manchas, su nombre habría pasado con gloria a la posteridad”
(F. González Suárez.- Historia General de la República del Ecuador, tomo I, p. 1233).