Tnte. Hugo Ortiz Garcés
Entre los héroes de que nos habla la historia de nuestra patria, hay algunos que, después de una corta juventud pasada en la inactividad y el anonimato, se levantan y se lanzan al mundo con dinamismo infatigable para no descansar nunca, y a fuerza de concentrar sus energías encontrar el camino adecuado para sus hazañas.
Uno de estos héroes fue Hugo Ortiz Garcés, quien nació en la ciudad de Guayaquil el 5 de agosto de 1920, hijo del Sr. Angel Ortiz Montúfar y de la Sra. Victoria Garcés Salazar.
Tenía seis años de edad cuando quedó huérfano de padre, por lo que su madre lo llevó a vivir a Quito donde realizó sus estudios: La primaria en la Escuela Fiscal de Niños García Moreno y la secundaria en el Colegio Militar Eloy Alfaro.
En 1939, luego de culminar de manera brillante su último año como Brigadier Mayor de Cadetes, se graduó con el grado de Subteniente y fue designado al Grupo de Caballería Febres-Cordero No. 4, acantonado en Cuenca. Dos años más tarde fue trasladado a comandar el Batallón Oriental No. 13 «Ecuador», que tenía sus destacamentos ubicados al oriente del país, entre Méndez y Yaupi, pues para esa época el Ecuador no tenía ya ningún destacamento ni avanzada militar en las orillas del río Amazonas.
En junio de 1941, al iniciarse la cobarde y traicionera invasión peruana a nuestros territorios se preparó para la defensa cavando trincheras junto al rancho que servía de cuartel y residencia a su pequeño destacamento, y con sólo siete hombres hizo frente y detuvo el avance de un batallón peruano integrado por doscientos soldados fuertemente armados. Su heroica actuación y la de sus hombres fue realmente epopéyica, y en la noche, al revisar su armamento pudo constatar con gran preocupación que éste consistía sólo en diez fusiles tipo Máuser y dos mil cartuchos. Reunió entonces a sus hombres, y luego de explicarles la difícil situación en que se encontraban repartió las municiones y organizó la defensa del destacamento. Esa noche -presintiendo posiblemente el fatal desenlace y el cumplimiento de su destino histórico- escribió a su madre su última carta.
En las primeras horas del 2 de agosto de 1941, los soldados peruanos abrieron fuego y descargaron todo el poder de sus ocho ametralladoras pesadas sobre la pequeña casita de caña que servía de cuartel a los ecuatorianos. Multiplicando su corazón y su coraje, el valeroso Subteniente arengó a sus hombres dándoles valor en esos momentos sublimes, y de esta manera logró rechazar varias veces a los invasores.
Pronto se le acabaron las municiones a la pequeña guarnición, pero sin retroceder un solo paso, los valientes soldados defendieron el territorio patrio mientras iban cayendo uno tras otro. En esos momentos, el oficial peruano que comandaba las fuerzas invasoras, consciente de su poderosa superioridad numérica y de su moderno armamento lo invitó a que se rinda, pero comprendiendo que «El soldado ecuatoriano no se rinde jamás», desató todo su poder de fuego sobre la débil guarnición y una lluvia de proyectiles acabó con los últimos hombres que defendían el suelo patrio en ese apartado lugar..
Allí, en el sitio llamado Gapizún, a orillas del río Santiago, el oficial peruano sólo encontró desolación y muerte, pero un olor a heroísmo se respiraba en el ambiente. Entonces, como un homenaje de admiración a su valor, ordenó a sus soldados que el cadáver del subteniente Ortiz sea envuelto en la bandera ecuatoriana y enterrado en las llanuras de Cusumaza, donde admirados le rindieron merecidos honores militares.
En octubre de 1943 sus restos fueron recuperados y trasladados a Quito, donde fueron recibidos por una comisión de la Cámara del Senado que le rindió honores de héroe. Poco tiempo después, el gobierno nacional lo ascendió post-mortem al grado de Teniente y le otorgó la «Estrella Abdón Calderón» de Primera Clase, que fue recibida por su madre.